sábado, 10 de junio de 2023

Juan 6, 51-58

 



En esta fiesta del “Corpus Domini”, la liturgia nos ofrece unos versículos del capítulo seis del evangelio de Juan. El capítulo seis de Juan es conocido como el “discurso del pan de vida” y es una catequesis de Juan sobre la eucaristía y sobre las enseñanzas de Jesús, como veremos.

Es importante recordar y subrayar que Juan no relata los hechos de la última cena - lo que hacen en cambio Mateo, Marcos y Lucas – y en su lugar nos presenta el lavatorio de los pies (Juan 13).

Es sorprendente que el evangelio más tardío, más simbólico, más profundamente teológico y más místico, no nos transmite el gesto de Jesús sobre el pan. Es un hecho tremendamente significativo que nos invita a reflexionar y a leer los textos sinópticos de la última cena en relación al lavatorio de los pies y a este capítulo seis de Juan.

 

Juan nos presenta a Jesús como el “pan de vida”.

¿Qué es este pan?

Los estudiosos concuerdan en afirmar que este “pan” son las enseñanzas de Jesús.

El versículo 45 nos da la clave: “Está escrito en el libro de los Profetas: Todos serán instruidos por Dios. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.

 

Como el pan – alimento básico y fundamental en muchas culturas – alimenta el cuerpo, las enseñanzas de Jesús alimentan el espíritu.

No podemos desgajar el sacramento de la eucaristía de las enseñanzas y de las palabras del rabino de Nazaret.

 

A mi parecer la crisis de la eucaristía y de la celebración dominical de la Misa – cada vez hay menos participación y en muchos lugares una total ausencia de niños y jóvenes – depende en buena parte de esta disociación entre rito y sacramento y la enseñanza de Jesús.

 

A lo largo de los siglos la eucaristía se fue convirtiendo en un rito “casi mágico”, donde lo fundamental era comulgar, independientemente si la vida iba en consonancia con las enseñanzas de Jesús. Hasta hace pocos decenios se consideraba “valida” la participación a la Misa dominical por el simple hecho de comulgar. En mi experiencia percibo también que la fidelidad a la Misa semanal con la Comunión correspondiente, a menudo no va de la mano de un crecimiento humano y espiritual.

 

Sospecho que el evangelista - en su fina intuición – se percató de estas posibles y futuras desviaciones y por eso no quiso relatar la última cena, sino que nos ofreció el sentido oculto, verdadero y profundo de la misma: la entrega.

 

No hay eucaristía sin entrega, sin el don de la vida. No hay eucaristía sin servicio, sin un corazón compasivo, sin un amor radical. No hay eucaristía sin vivir agradecidos: el mismo termino griego “eucaristía” significa justamente “dar gracias”.

¿Cómo podemos comulgar sin vivir agradecidos y agradeciendo?

 

Desde siempre la iglesia leyó la última cena en clave pascual: Jesús, en el gesto del pan y del vino, anticipa y resignifica su muerte y resurrección. El pan partido es su cuerpo partido, es su vida entregada.

En la fracción del pan Jesús nos dice que la vida tiene sentido y suprema belleza cuando se entrega; y la verdad de su gesto sobre el pan tuvo su sello en la entrega amorosa y pacífica de la cruz.

 

Nuestro alimento es Jesús en su totalidad.

Nos alimentamos del maestro, de sus palabras, de sus enseñanzas, de sus gestos, de sus sonrisas, de sus manos sanadoras, de su perdón, de su belleza, de su verdad, de su fuego, de su ser “Uno con el Padre”: este es el sentido del comer el pan eucarístico.

 

Aliméntanos con tus palabras, Jesús.

Aliméntanos con tu luz;

aliméntanos de coherencia, por favor.

 

Queremos vivir y amar como tú.

Queremos que nuestra vida sea eucarística:

una vida de acción de gracias,

una vida agradecida y agraciada:

llena de gracia, como María tu madre.

 

Anhelamos una vida unificada,

una vida verdadera.

Queremos pasar por el mundo

haciendo el bien,

destilando amor puro,

sembrando luz.

Aliméntanos de ti,

¡Oh luminoso maestro!

 

 

 

 

 

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