domingo, 28 de febrero de 2016

Lucas 13, 1-9



El evangelio de este tercer domingo de cuaresma es muy particular y su comprensión no es sencilla. Necesitamos mucha atención y profundidad para dar en el blanco. Tenemos que "hacernos uno" con el texto para poder penetrar su mensaje.

Esencialmente el evangelio de hoy nos habla de uno de los temas más importantes y complejos: la relación entre pecado y dolor o - en otras palabras - entre el mal y el sufrimiento.
En la mentalidad común del tiempo de Jesús y especialmente en ámbito religioso, se creía que sufrimiento y pecado estaban estrechamente ligados: si estás sufriendo seguramente es debido a tu pecado. 
De otra forma esta mentalidad sigue presente también hoy en muchos lugares: mucha gente sigue relacionando su situación de dolor a un castigo o a una culpa.
Jesús es tajante: "les aseguro que no". Nada que ver.
El misterio del dolor y del mal no tiene relación directa ni con el pecado y menos con la culpa.
Viene bien recordar el relato del ciego de nacimiento en el capítulo 9 de Juan donde Jesús afirma que la ceguera no tiene nada que ver con el pecado sino que el hombre "nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios." (9,3).
¡Nada menos! También en el dolor Dios se manifiesta.

Hay que introducir entonces la palabra clave: responsabilidad.
"Responsabilidad" viene justamente de "respuesta": ¿Cómo le respondemos a la vida? Todo se juega en eso. 
¿Eres responsable o víctima de tu dolor? 
¿Eres plenamente consciente de tu vida, tus deseos, tus mezquindades?
¿O dejas que la vida pase por ti sin pena ni gloria?
¿Vives la vida o sobrevives en lo superficial?
Las preguntas podrían seguir...

La parabólita final del texto de Lucas nos confirma en esta comprensión y nos da una pista más.
La higuera no cumple con su vocación, ya no sabe quien es y por eso no da fruto. No es responsable porque perdió su identidad.
Responsabilidad e identidad van de la mano.
Hasta que no descubro mi verdadera identidad no podré ser totalmente responsable de mi vida y dar los frutos adecuados.

Lo esencial está en descubrir y experimentar - tocar con mano - nuestra más profunda identidad.
Cuando descubro que mi identidad más profunda radica en el amor, cuando descubro que soy amor y vida porque soy Uno con Dios... ¿cuales frutos podrás surgir? 





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