El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús maestro. Jesús enseña desde la barca y la multitud escucha.
Es muy interesante y sugerente esta imagen de Jesús maestro y nos podemos preguntar con sinceridad: ¿percibo a Jesús como maestro? ¿a quién escucho en mi vida, quién me orienta?
Jesús enseña no solo con palabras, sino con su vida: "Navega mar adentro y echen las redes". Casi a confirmar sus palabras Jesús invita a confiar y muestra los frutos de esta confianza.
Pedro nos dice su desconfianza en la vida y su fracaso: "Hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada".
Es nuestra experiencia, tal vez la experiencia que más nos acomuna como seres humanos.
La experiencia de un esfuerzo y un trabajo estériles. Nos puede pasar en muchos campos de la existencia. En las relaciones interpersonales, en el trabajo, la familia y la amistad. Nos comprometemos, nos entregamos y los frutos no llegan o nuestras expectativas no quedan colmadas.
Jesús nos muestra que hay otra manera de vivir y entender la vida.
Se puede vivir de confianza, sin calcular.
Hay un lugar en el corazón de la realidad: la gratuidad. La gratuidad es la esencia de la vida, de todo lo que es y existe.
Cuando logramos ver este lugar todo se transforma. Percibimos claramente que desde ya no nos falta nada, tenemos todo, porque lo somos todo: vida divina en forma humana. La abundancia del amor nos envuelve, nos sostiene, nos expresa.
Entonces nos vivimos desde ahí, no como esfuerzo por conseguir algo que no tenemos, sino como manera de expresar lo que somos.
Los pescados estaban ya ahí, las redes ya estaban llenas: cuando Pedro confió en la gratuidad pudo verlo y experimentarlo.
Esta experiencia nos sorprende y nos asusta por su belleza. Pedro se siente pecador, pequeño, limitado. Otra experiencia común de nosotros los humanos.
Jesús invita otra vez a confiar: no mires lo poco que crees ser, sino vives lo mucho que eres.
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