Regresé. Estoy en Uruguay, estoy en mi casa de Rodó. Cuando se regresa surge espontáneo el agradecimiento por el viaje, por el camino recorrido, por la ida y la vuelta.
Se regresa a la casa, siempre se regresa a casa y siempre estamos regresando.
Todos los viajes son simples y fecundos símbolos de este hermoso regresar. El camino espiritual se puede concentrar y expresar en esta única imagen: el regreso a casa.
Podemos leer la creación como un salir de Dios y un regresar a Dios (Rom 8). La Trinidad misma es un continuo fluir del Amor en el Amor: el Hijo sale del Padre y regresa al Padre en el Espíritu. La vida y la misión de Jesús son también un salir y un regresar a Casa: el Padre. Jesús mismo en varias ocasiones interpreta su misión de esta manera: salí del Padre y regreso a Él. Recordamos la parábola del "Padre misericordioso" o el "Hijo pródigo" (Lucas 15, 11-32) donde la imagen de la casa y del regreso son centrales.
Y ocurre algo maravilloso: nos damos cuenta que siempre estamos en Casa y que todo viaje, toda experiencia, todo acontecimiento se desarrolla en el seno de la Casa. Nuestra vida y nuestro caminar se nos regalan para darnos cuenta justamente de eso: estamos en casa. Estamos en Dios. Somos amor. La meta y el camino coinciden.
Entonces cada dejar y cada tomar, cada salida y cada regreso nos muestran la riqueza y la belleza de la Casa. Hacen de la casa un hogar más amplio, más rico, más bello.
Nos damos cuenta que el viaje más importante es el viaje interior: el único verdadero viaje, el viaje que nos lleva adonde ya estamos. En Casa.
En este espíritu quiero agradecer por estos dos meses en Italia, por todas las personas encontradas, por cada gesto de amor, por aquellos que me hicieron sentir en casa. Y agradecer a todos los que desde Uruguay me acompañaron con su cariño, su recuerdo y esperaron mi regreso.
Gracias de todo corazón. Estamos en Casa, en la misma Casa. Peregrinando juntos.
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