Esta simpática e interesante tira de Charlie Brown
me sugirió compartir algo sobre el tema.
Creo es importante. En nuestra sociedad occidental
reina una gran confusión sobre temas claves, cuales: derechos y deberes,
respeto, tolerancia, normal y no normal, legal y no legal, ley y libertad. Hace
relativamente poco tiempo el hombre occidental forjado en la revolución
francesa y la filosofía positivista creyó que la luz de la razón lo hubiera
arreglado todo, conduciendo el ser humano a la deseada paz, justicia,
fraternidad. Nos estamos dando cuenta con dureza que no es así. Esta confusión
general y este clima constante de insatisfacción y de lucha revelan
fehacientemente la insuficiencia y los limites de la razón y lo razonable. El
ser humano es mucho más que su cerebro y su intelecto. Sobre todo porque
sabemos muy bien que razón e intelecto están heridos por la afectividad y
condicionados terriblemente por el ego. En sustancia: a la hora de ver y
discernir la mente, por si sola, falla. O, en el mejor de los casos, se vuelve fanáticamente
parcial.
¿Qué es lo que estamos viendo hoy?
Que lo que antes era considerado “normal” ahora en
muchos casos es considerado “anormal” y viceversa. Antes lo “normal” era una
familia con papá, mamá y los hijos de la misma pareja. Hoy parecería que ya
esto no es normal. Antes “normal” era ser y sentirse heterosexual. Hoy parece
al revés. Antes nos centrábamos en los deberes, ahora parece que solo existen
los derechos. Los ejemplos se podrían multiplicar por miles. Me detengo acá.
¿Dónde está la falla?
En primer lugar en los conceptos de “normal” y
“anormal”. Vivir a partir de conceptos – o ideales
dicho de otra manera – no siempre lleva por buen camino. A menudo,
especialmente cuando nos empecinamos y absolutizamos las ideas, en lugar de
construir humanidad la destruimos.
El psiquiatra escocés Ronald David Laing hablando sobre lo “normal” afirmó una
vez que el hombre considerado “normal” – justamente a partir de la conquistada
racionalidad – es aquel que en el último siglo del pasado milenio mató a
millones de seres humanos.
¿Desde donde juzgamos que
algo es “normal” o “anormal”?
Tal vez la primera cosa es
dejar de juzgar. Dejar de discriminar, mejor dicho. Discriminar en el sentido
original de la palabra: dejar de separar. La Vida siempre se nos presenta y se nos
regala entera, limpita, perfecta. Una. Dejar de separar es el primer gesto
sabio y honesto hacia la vida.
En realidad “normal” y
“anormal” son simples conceptos mentales que poco o nada tienen que ver con la
vida. Lo que es “normal” para una araña es el fin del mundo para la mosca
atrapada en su tela.
Lo que importa es la vida
plena, aquí y ahora. Podemos entonces hablar de lo que construye vida y lo que
la destruye.
En segundo lugar comprender
la distinción entre reacción y acción.
Lo que estamos viviendo hoy,
la proclamada crisis de valores y confusión, se debe a que no hemos aprendido
las leyes básicas de la física que se estudian en la adolescencia. En concreto
la tercera ley de Newton: “Siempre que un
objeto ejerce una fuerza sobre un segundo objeto, el segundo objeto ejerce una
fuerza de igual magnitud y dirección opuesta sobre el primero”.
En otras palabras: a cada
acción corresponde una reacción igual y contraria.
Por siglos hemos machacado
con ideales de normalidad: heterosexualidad, estilo de familia, maneras de
vivir la fe, posturas políticas.
Lo que estamos viendo hoy en
muchos casos es la reacción igual y contraria. Con la misma intensidad con la
cual la sociedad anterior rechazó la homosexualidad, la sociedad actual – en
sus lobbies de poder – parece rechazar lo heterosexual.
En política parece ocurrir lo
mismo: las izquierdas y las derechas se alternan en el poder con la misma
escalofriante superficialidad de una reacción emotiva adolescente.
¿Dónde está la verdad? En
ningún lado obviamente. Y en todo.
¿Dónde está lo “normal”? En
ningún lado obviamente. Y en todo.
La verdad no está en ningún
ideal, conceptos, reacción.
La verdad precede todo esto,
lo abarca y trasciende. Porque la verdad es la vida, no un concepto sobre la vida.
La verdad la vislumbramos en
la acción correcta de la cual hemos
ya hablado en este blog.
Es la acción pura que nace de
un amor indiscriminado e incondicionado a la vida. El amor es acción, no
reacción. La reacción es fruto de nuestro ego, o sea, nuestras ideas sobre lo
que es o no es “normal”. Vivimos reaccionando, vivimos superficialmente a
partir de lo que creemos “normal”.
Creencias, obviamente, que son parciales, temporales y a menudo irracionales y
erradas.
La vida es vida. Intacta.
Perfecta. Plena. La vida no se pregunta sobre “normalidad”. La flor simplemente
florece, sin preguntarse como florecer “normalmente”.
Amar la vida en su totalidad,
así como se manifiesta: solo esto es sabio. Solo este amor incondicionado
construye humanidad.
Y esto se logra solo saliendo
de la mente que juzga y discrimina. La verdadera tolerancia precede la razón y
el pensar: se sitúa donde la vida brota como regalo incondicional. En palabras
de Jesús: “el Padre hace salir su sol
sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” (Mt 5,
45).
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