La resurrección de Cristo, centro
de la fe cristiana, es también piedra de escandalo y cuestionamiento perenne.
¿Dónde vemos reflejada la
victoria de Cristo sobre mal, dolor y muerte en nuestro mundo?
Es tal vez la pregunta más radical
que los no creyentes hacen a los cristianos más o menos abiertamente.
Es la pregunta clave que
tendríamos que hacernos y que, lamentablemente, rehuimos con asombrosa
superficialidad.
Y, si acaso, intentamos dar
algunas respuestas a menudo más que respuestas son escapatorias fáciles porque
no sabemos que responder: “la vida eterna
será después de la muerte”… “el mal
es fruto del egoísmo humano”… “es un
misterio”, etcétera… Intentos de respuestas: superficiales y parciales. No
convencen para nada.
Postergar la felicidad en el
futuro es una manera simplista para no querer enfrentar el dolor y es una
infidelidad al anhelo más hermoso y puro del corazón humano: vida plena y
feliz.
En realidad ni me interesa una
hipotética felicidad futura y estoy convencido que esperar la plenitud después
de esta experiencia terrena es indigno del ser humano, indigno de Dios, indigno
de la misma resurrección de Cristo.
Extraño y cruel Dios sería este:
crea el universo, seres humanos sintientes, infinitas formas de vida para que
sufran un rato y darle felicidad quien sabe cuando.
En esta semana santa tuve la
alegría de celebrar la Misa en un hogar de ancianos. Una mujer no muy mayor
huésped del hogar no se cansaba de repetir: “quiero volver a casa, quiero
volver a casa”. En cada oportunidad que se brindaba durante la Misa la mujer
insistía: “quiero volver a casa”. Más allá de su tristeza y dolor la mujer dio
voz al anhelo de todo corazón humano: volver a casa.
La Pascua es nuestra Casa. La
Pascua es nuestra Casa porque la Vida es nuestra Casa. La Vida es nuestra Casa
porque es lo que somos: somos Vida expresándose por un momento en forma humana.
Y la Vida siempre ocurre en el aquí y el ahora.
Entonces nuestra Casa, la Casa
verdadera es esta: el aquí y el ahora. La resurrección de Cristo no es un
acontecimiento histórico: es el acontecimiento donde la historia ocurre.
¿Cómo podría el acontecimiento
que define la historia, ser histórico?
En realidad la resurrección precede, acompaña y cierra la historia, individual
y universal.
Vivimos en la resurrección porque
somos Vida, participamos y somos manifestación de la Única Vida.
Comprendemos así que la vida no
tiene un sentido, sino que vivir es el sentido. No existe un “sentido” de la
vida afuera de la vida. Tu vida, aquí
y ahora, es el sentido.
Volviendo entonces a la pregunta
del comienzo: ¿Dónde vemos reflejada la victoria de Cristo sobre mal, dolor y
muerte en nuestro mundo?
En la Vida y en el vivir de este
momento.
Es la misma y única Vida la que
se manifiesta y expresa también como
mal, dolor y muerte. Por eso todo está siempre a salvo. Lo único necesario es
vivir y vivir el instante.
Para eso necesitamos visión,
necesitamos ver. Ver que ya estamos en Casa. Ver la Casa, ver la Vida.
La palabra Pascua como bien
sabemos significa “pasaje”: de la muerte a la vida. Dicho de otra manera: de la
visión a la Casa.
Vivimos adentro de la Vida,
adentro de la resurrección, adentro del seno de Dios.
En este momento Dios te está
respirando y tu respirar es el respirar de Dios.
Vivir en plenitud, vivir en la
resurrección, vivir como resucitados es una continua Pascua: de la visión a la
Casa.
¡Feliz Vida! ¡Feliz Pascua!
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