¿Idolatría
o paz?: una pregunta provocativa, pero esencial. Esencial
porque no pueden coexistir: o somos idolatras o vivimos en paz y desde la paz.
Y, a menudo, con la paz llega también la alegría.
Tal vez el gran “problema” de nuestro
mundo es la idolatría.
No estoy hablando de idolatría solo ni
principalmente en un sentido religioso. La idolatría en realidad es un “vivir
fuera de sí mismo”: rechazar el don que somos y buscar afuera lo que afuera nunca encontraremos porque está adentro.
El ser humano es tendencialmente
idolatra – toda la Biblia lo confirma – porque huye continuamente de sí mismo,
sus miedos, su vacío. El camino espiritual y la madurez espiritual se pueden
ver desde esta perspectiva: salir de la idolatría hacia la libertad.
Me sentí empujado a escribir esta
reflexión por algo que leí hace pocos días en twitter. El ex entrenador del
Barcelona, el holandés Frank Rijkaard dijo que “Messi para los niños es como Dios”.
Todo esto es lamentable y dañino. Y peor
aún: ni nos damos cuenta de lo lamentable y dañino.
Avanzamos en nuestra comprensión por
niveles de profundidad.
Con todo el aprecio futbolístico que el
buen Messi se merece: ¿cómo es posible valorar una persona por saber dar patadas
a una pelota? Y sin considerar el escandalo de dinero que se mueve alrededor
del fútbol… En realidad no sabemos nada de la “persona” Messi; solo algunas que
otras cosas que la prensa nos quiere decir. También se roza la ridiculez cuando
nos quieren vender la generosidad de estos futbolistas: donaciones a
fundaciones o cosas por el estilo. Porcentajes ridículos que no alteran el
estilo lujoso de vida de muchos; porcentajes que gritan al cielo en un mundo
que – en muchos casos – sigue sumergido en la pobreza y la opresión por el
mismo sistema capitalista y neoliberal que paga los sueldos a los futbolistas.
No sabemos nada de Messi y nuestros
niños lo toman como Dios o, por lo menos, lo veneran o idolatran. Vamos bien…
Para conocer a una persona hay que
compartir tiempo y experiencias… y en muchos casos tampoco eso es suficiente… e
idolatramos a unos futbolistas (también actores, cantantes…) por correr detrás
de una pelota. Obviamente el fútbol no es solo fútbol: detrás del fútbol el
hombre moderno esconde su agresividad, su falta de profundidad, sus miedos, su
búsqueda de identidad.
De toda forma, si tuviera que venerar a alguien
tengo una lista numerosísima antes de llegar a Messi: las centenares de mamás
que conocí a lo largo de mi vida, tantas mujeres solas que supieron criar y
educar a sus hijos, centenares de personas trabajadoras y entregadas a sus
familias, mucha gente que con tremendo esfuerzo y honestidad logra llegar a fin
de mes, muchísimas personas generosas y dedicadas al servicio de los demás,
tantas familias amigas, tantos amigos y amigas fieles e incondicionales, tantos
hermanos sacerdotes, tantos médicos, misioneros, catequistas…
A otro nivel de profundidad puedo
afirmar con serena certeza que la idolatría y la veneración por sí mismas no
son camino a la paz y la plenitud.
No hay que idolatrar ni venerar nada ni
nadie. Hay que descubrirse y ser fiel a uno mismo: ahí radica el camino a la
paz y la plenitud.
Idolatrar a alguien supone que este
alguien “es más”, “vale más”: tiene algo que yo no tengo y por eso quiero ser
como él o ella. De ahí viene toda la maldición de la imitación. Imitar a
alguien es rechazar el don que uno es para sí mismo: no quiero ser “yo mismo”,
quiero “ser otro”. Y esto vale – atentos – para todo y todos. Los cristianos
tuvimos un librito clásico de espiritualidad llamado “La imitación de Cristo”. Lo leí y tiene unas que otras cosas
interesantes y aprovechables. Pero es el planteamiento de fondo que está
equivocado: la imitación.
Imitar a alguien es tanto imposible como
estúpido. Cada cual es sumamente original y originales y únicas son sus
condiciones: familia, época, cultura, genética, educación y límites psíquicos.
En un nivel más profundo aún podemos
afirmar que la verdadera paz y alegría surgen de la fidelidad a uno mismo. Cada
cual – cada ser viviente – es una manifestación única e irrepetible de la
divinidad. Cada cual es un don para sí mismo, con unas características únicas y
una misión única. Vivir la vida de otro o “querer ser otro” es desconocer esta
maravillosa verdad. La única paz estable y auténtica viene solo de la fidelidad
al don que cada uno es: ser uno mismo.
Este es el gran desafío del mundo
moderno: nadie quiere ser él mismo. Todos quieren vivir la vida de otros,
especialmente de los famosos y los ricos. Se vale por el número de seguidores
de Twitter, Facebook o Instagram. Se vale por la apariencia y la notoriedad.
No hay paz ahí, no hay alegría, no hay plenitud.
Los cristianos tenemos el desafío de
entender de otra manera la santidad. El culto a los santos se volvió deseo de
imitación, idolatría, veneración. En muchos casos todo esto lleva a la
frustración. La frustración en el fondo te dice: “deja de imitar, deja de
idolatrar. Sé tu mismo.”
Esta es la autentica santidad: ser uno
mismo. Ser el don que cada uno es y que es llamado a ser.
Los que llamamos “santos” son justamente
personas que supieron ser ellas mismas, personas que vivieron el don único que
se les había confiado.
Los santos son compañeros de viaje y
amigos. Nos inspiran. Nos invitan a ser nosotros mismos.
Aprecio a San Francisco. Su vida me
inspira y enamora. Pero no quiero ser San Francisco, no quiero ser como San Francisco. Quiero ser Stefano,
cada vez más: ahí encuentro la paz y la plenitud. Quiero vivir el don único que se me ha confiado y
regalarlo al mundo.
No hay paz y felicidad más grande que
ser uno mismo.
Y, como siempre, se da la paradójico.
Siendo uno mismo, soy uno con todo. La fidelidad al don que soy, no me aísla
como la idolatría, sino me abre a la verdadera unidad. Descubro con asombro y
emoción grande que siendo mi mismo soy también el otro: descubro la profunda
unidad a nivel del ser.
Ser
uno mismo es lo opuesto al individualismo. La sociedad es individualista justamente porque
quiere formar individuos desde el mismo molde, aplastando la originalidad y la
creatividad.
Ser uno mismo tiene la magia de unir y
respetar: a nivel del ser me experimento uno con todo, viviendo mi unicidad y
originalidad.
Ser y expresión del mismo se dan la
mano, en perfecta armonía.
Volviendo a los niños de Rijkaard.
La gran tarea es educativa: educar a
descubrir el don que cada uno es. Educar a descubrirse como únicos y
originales. Acompañar en el descubrimiento de su propia vocación y misión.
Educar a no idolatrar: no lo necesitan para ser felices. Más aún: es un
obstáculo. El ídolo que buscan – ese Dios
que es el anhelo de paz y plenitud – está en ellos mismos, en las profundidades
ocultas del corazón, en las raíces de su propio ser.
Educar a descubrir la propia raíz
divina, al Cristo que somos y que late oculto. Al Dios que en cada momento nos
respira y nos vive.
Entonces disfrutaremos los goles de
Messi en todo su significado y extensión: goles.
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