Terminó un año social: se fue el 2017 y
arranca el 2018. Más allá de que las fechas sean convencionales y poco tienen
que ver con la eterna plenitud del Presente
que no conoce fechas especiales, puede ser útil una breve toma de conciencia de
este fenómeno psicológico del tiempo que se va y el tiempo que se viene.
Es esencialmente una oportunidad para
“captar la vida que fluye” como dice el zen.
Tanta vida, abundante vida, pasó entre
nuestras manos y nuestra sangre en este 2017.
Vida que se expresa en los acontecimientos:
acontecimientos que juzgamos “buenos” y otros que juzgamos “menos buenos”,
“indiferentes” o “malos”: juicios mentales al fin que poco tienen que ver con
la abundancia de la vida. La Vida es siempre vida abundante en todas sus
manifestaciones. No tendríamos que perder de vista esta verdad.
En el fondo la vida es aprendizaje
y experiencia:
sin duda estas dos dimensiones estuvieron presente en este año que se fue. Así
que fue un año excelente, como todos. Cuando “caemos en la cuenta” –
despertamos – que la vida es aprendizaje
y experiencia todo se relativa y
asume su pacífico lugar.
Los místicos descubrieron esta maravilla y
por eso repiten: “nada que hacer, ningún
lugar adonde ir” – es decir – la vida misma es el sentido. Deja de buscar y
saborea la vida.
Este único, efímero y maravilloso vivir
desborda de sentido y desborda de ser.
Si en cambio creemos que la vida es una
sucesión de logros y metas para alcanzar, la frustración y las tensiones nos
acompañarán, no solo en el 2018, sino en el resto de nuestras existencias.
Todos tus esfuerzos, tu trabajo, tus preocupaciones, enojos, logros y
frustraciones pasarán… quedará el amor que eres y el profundo sonido del ser. Escucha
al divino flautista.
¿Para que tanto correr y tanto
preocuparnos?
Centrados en vivir y experimentar la vida
de este momento todas las demás dimensiones – por cierto presentes y necesarias
– las viviremos desde una profunda paz.
Dicho esto entonces, solo queda agradecer.
Si supiéramos ver, sabríamos agradecer y
si supiéramos agradecer el mundo se convertiría pronto en un hermoso jardín.
¿Cómo
no agradecer la fidelidad de cada amanecer y la sonrisa de cada luna?
¿Cómo
no agradecer cada plato de comida compartido y cada gesto de ternura?
¿Cómo
no agradecer la belleza del agua, los árboles y las flores?
¿Cómo
no agradecer la música, el canto de los pájaros y la sonrisa de los niños?
¿Cómo
no agradecer a tanta gente – parientes, vecinos, amigos – que nos brindaron su
amor y su atención?
¿Cómo
no agradecer los momentos de dolor que nos hicieron crecer y aprender?
Te damos gracias, Dios de la Vida y Vida
de Dios.
Gracias por la firme ternura de la
creación y el llanto escondido que riega el amor.
Gracias por el amor derramado de cada ser
viviente que fluye sereno desde tus venas divinas.
Gracias por el silencio amigo, fiel
compañero que nos habla de ti.
Gracias por las soledades habitadas donde
encontramos el camino a la Casa.
Y gracias por esa Casa, tu Casa y nuestra
Casa. Casa común, Casa del Amor donde el Ser nos respira y se construye
hermandad.
Solo queda agradecimiento en el frágil
corazón de tus hijos todavía dispersos y caminantes. Solo queda la llama del
amor que se torna quietud y canta sin voz.
Solo una profunda calma donde apenas se
oyen los susurros del Ser.
Susurros que repiten: soy Calma y
Silencio, soy Fuego y Amor.
Desde un corazón agradecido arrancaremos
así el 2018: enamorados de la vida.
Estar enamorados es la condición natural
del ser humano. Y, obvio, no se refiere solo ni tanto a las mariposas en la
panza que perciben los seres humanos cuando se enamoran de otros seres humanos.
Estar enamorados de la vida es mucho más: es
vibrar con la sensación de ser y del Ser que nos sostiene en cada
instante. Vibrar con todo ser viviente y sintiente. Disfrutar cada día, cada
momento. Sonreírle al dolor y aceptar con humor lo que no comprendemos. Estar
enamorados de la vida es sembrar alegría y esperanza en el jardín del mundo. Es
vivir desde el centro y lo profundo y animarse a hacer de la quietud un
movimiento de amor y del silencio, sagrada poesía.
Enamorarse de la vida entonces es la gran
y única tarea para este 2018. No tenemos que hacer nada más.
No quiero hacer nada más.
Quiero respirar. Quiero sentirme vivo y
palpar la vida. Quiero sumergirme en el Silencio que todo lo abarca y desde
ahí, si es posible y cuando es posible, construir puentes. Puentes anchos y de
colores, donde todos entren y se sientan a gusto. Puentes que huelan a bosque
de pinos, tierra mojada y café. Puentes donde se tienden las manos y brota la
paz.
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