Hace relativamente poco tiempo salgo de
un supermercado. Estamos cerca de las 11 de la mañana. El guardia de seguridad
está sentado, cara aburrida. Bosteza. Me precede un hombre que pasando saluda
al guardia con el clásico: “¿Qué tal, cómo anda?”. La respuesta es igualmente
clásica: “En estas pocas”.
Me llamó la atención esta respuesta. La
estuve rumiando todo este tiempo.
Se escuchan a menudo expresiones que van en el
mismo sentido: “tiramos para no aflojar”, “no hay más remedio”, “estamos en la
lucha”, “ahí andamos”…
Frases no muy alentadoras que se diga y
que hacen enamorar de la vida, menos todavía.
En ocasiones son simples frases de
circunstancia que se dicen para salir del paso, sin tanta conciencia. Como
cuando te preguntan: “¿Cómo anda?” y se contesta “todo bien” apretando el botón
“play”.
Hay que estar muy atentos. Las palabras,
lo sabemos muy bien, tienen poder. Son poderosas porque crean lo que expresan.
La tradición cristiana lo tiene muy bien incorporado. Nada menos que desde su
concepción de la creación: Dios crea a través de su Palabra. Por no hablar de
Jesucristo: Palabra hecha carne.
Damos poca importancia a todo eso.
Hablamos con demasiada rapidez y superficialidad.
“En estas pocas” se puede convertir, y se
convierte a menudo, en una realidad. Nos convencemos que de veras la vida es
poca cosa y que nuestra rutina se desarrolla “en estas pocas”. Nos convencemos
que “no hay más remedio”.
Y es peligroso. Porque justamente la vida
va por el otro lado. Por el lado de “estas muchas”, por el lado de la
abundancia, la fecundidad, la belleza. La vida continuamente nos hace un
llamado de atención con su desbordar y nosotros andamos “en estas pocas”,
creando la realidad que nuestra palabras expresan.
¿Podemos ser tan ciegos? ¿Podemos ser tan
superficiales cuando hay un universo por descubrir en cada sonrisa y en cada
flor?
Es posible si. Nos damos cuenta en
nosotros mismos y en los demás. El poder de la palabra es inmenso: ¿cuántas
veces las palabras de los demás nos hieren o nos llenan de alegría? ¿Cuántas veces
lloramos o nos enamoramos por unas palabras? Y son palabras, simple palabras. Humildes
letras una después de la otra.
Por eso hay que cuidar lo que decimos.
Por eso es importante que las palabras surjan del silencio, de la atención, del
amor.
Cuando vivimos con atención, cuando
vivimos desde el amor notaremos en muy poco tiempo que nuestras palabras van cambiando.
Notaremos la plenitud siempre latente, la vida desbordante a cada paso:
entonces llegará un momento que no surgirá ninguna palabra. Porque no hay
palabra humana que pueda abarcar el Misterio del Amor.
Buscaremos el silencio que solo entiende
de plenitud.
Y viviremos. Simplemente viviremos. No “en
estas pocas”, sino en “estas muchas”. Demasiadas.
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