Seguimos
ahondando en el evangelio de Lucas que nos está acompañando todos los domingos.
Hoy
el texto se presenta un poco largo e intentar profundizar en todos los posibles
mensajes que nos regala no es conveniente. Recordamos los dichos de la
sabiduría popular: “Quién mucho abarca
poco aprieta” y “demasiada carne al
asador…”.
Tendríamos
que tener más en cuenta la sabiduría popular en nuestra vida, en la vivencia de
la fe y en las propuestas de la iglesia.
Aplicar
esta sabiduría a nuestra vida nos conecta con dos realidades fundamentales:
1) Calidad versus cantidad. Lo que
nutre y transforma es siempre más la calidad que la cantidad. En nuestra
sociedad consumista donde se mide todo en términos de cantidad es difícil
entenderlo y aplicarlo. El evangelio nos invita a cuidar “lo mejor”, no el
“más”. También hoy Jesús lo reafirma criticando la tendencia a acumular
riquezas.
2) En la parte está el todo. Lo enseña
la mística, lo confirma la física. Si estamos atentos a la parte encontraremos
el todo. La tendencia compulsiva en intentar abarcar y comprender todo viene de
nuestra mente siempre insatisfecha. En realidad todo está conectado y en todo
está el todo. Aplicado al evangelio podemos decir que en cada mensaje está todo
el mensaje. Viviendo lo que entiendo hoy y aquí para mi, vivo todo. Como en la
Eucaristía: en un pedacito de hostia consagrada está toda la Presencia del
Cristo.
Vamos
al texto entonces con este espíritu y esa paz.
Subrayo
dos cosas: miedo y despertar.
Jesús
nos invita a salir del miedo: “No temas”. “No temas” es casi un estribillo que
se repite en toda la Biblia. Paradójico que la iglesia por siglos infundió
miedo a los fieles: miedo al pecado, al infierno, al juicio. En definitiva
miedo a Dios. Parece absurdo, lo sé. Hoy en día todavía estamos viendo las
consecuencias de esta pedagogía. Es interesante descubrir como se mal
interpretan las cosas cuando las leemos a través de nuestro filtros mentales y
nuestra heridas emocionales. En realidad Jesús nos libera de todo miedo. José
María Castillo lo dice muy bellamente: “Jesús
no tolera el miedo, ni quiere que sus discípulos sientan la amenaza del miedo.
O sea, quienes pretenden creer en Jesús tienen que ser gente sin miedo. ¿Por
qué? Muy sencillo: porque el Reino no es una promesa, es una posesión que ya es
de quienes buscan y quieren creer en Jesús. Y sí, hablar del Reino es hablar de
Dios: el Reino de Dios es Dios. En efecto, la expresión “Reino de Dios” es una
forma de designar a Dios mismo. Por tanto, lo que en realidad afirma Jesús es
enorme: Dios es vuestro. Es decir, Dios se ha entregado, lo tienen a su
disposición. El don de Dios a sus creyentes es Dios mismo. Se nos ha dado. ¿Qué
miedo puede caber, si eso es así?”
Jesús
nos invita a despertar: “Estén preparados, ceñidos y con las lámparas
encendidas”. ¿Qué
significa “despertar”? La tradición budista lo tiene como eje de su camino
espiritual, pero Jesús y el evangelio no pierden la pisada, ni mucho menos.
Podemos decir que “despertar” es vivir desde otro nivel de conciencia. Vivir
desde la raíz de nuestro ser. Muy a menudo vivimos esclavos del pensamiento y
lo emocional, como si fueran nosotros: en realidad nuestro ser, nuestra
identidad, está más allá de todo eso. Vivimos muy por debajo de nuestras
posibilidades. Despertar entonces se traduce en “estar atentos”. La atención – las lámparas encendidas del evangelio –
es el camino maestro para vivir despiertos, para vivirnos desde nuestro
auténtico ser. La atención nos permite darnos cuentas de lo que nos pasa
adentro – pensamientos y emociones – y lo que pasa afuera. Dándonos cuentas de
lo que pasa – sin interferir desde nuestra conducta reactiva y compulsiva –
somos más lúcidos. La verdad se abre camino. Y la verdad nos hace libres, como
Jesús nos recuerda (Jn 8, 32).
Despertar entonces nos hace vivir una vida real,
libre, plena. Aprendemos a disfrutar de la plenitud que somos, del Dios que ya
se nos ha dado.
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