En estos días de descanso estoy
aprovechando la mayor disponibilidad de tiempo para disfrutar de cosas que me
gustan: leer, escribir, caminar, compartir. Todo condimentado obviamente de la
meditación y el silencio.
En una de mis caminatas se me
volvió a presentar un tema que desde hace tiempo anda dando vuelta en mi
corazón: ¿Por qué (aparentemente) no crecemos?
Intento dar unas pistas de
reflexión y unas claves interpretativas.
En varios encuentros personales
se me plantea esta cuestión. También en mi experiencia de contacto con mucha
gente ocurre varias veces lo mismo: tantas personas – incluidos sacerdotes y
gente muy comprometida en la iglesia – que después de años de vivencia de la
fe, oración, de participación en comunidades y de vivencia sacramental, parecen
estar estancadas. No crecen. No maduran.
Los casos que más preocupan y
asustan es cuando se trata de personas de cierta edad con muchos años de
vivencia de la fe y que siguen siendo o – peor aún – se volvieron amargadas,
criticonas, acidas, tristes.
¿Qué
es lo que ocurre?
Antes que nada una aclaración: el
“aparentemente” entre paréntesis de la pregunta inicial.
El crecimiento interior es muy
difícil de evaluar y medir, sobre todo cuando no hay una relación íntima de
acompañamiento personal. Así que aunque los signos exteriores no parecen avalar
un crecimiento, es posible de igual forma que interiormente la persona esté
creciendo.
Más aún: estoy convencido que
siempre y de toda forma se va dando un crecimiento. Misteriosamente el corazón
humano va madurando. Gracias a Dios.
Pero – y estamos en el centro de
nuestra cuestión – me parece indiscutible que también se da un cierto
estancamiento, la maduración no se refleja exteriormente y es demasiado lenta.
¿Por
qué?
Sugiero unas pistas:
1)
Hay un malentendido general sobre
lo espiritual. Por “espiritual” se entiende algo indefinido, sujeto simplemente
a emociones y sentimientos, muy volátil y para nada concreto. La iglesia tiene
parte de responsabilidad en todo esto. Hemos educado muchas veces a un
sacramentalismo superficial y estéril: como por ejemplo que el simple hecho de
comulgar aportara por sí mismo una experiencia de encuentro con Cristo. O
también que repetir mecánicamente oraciones vocales indicara un contacto con la
divinidad. Nada de todo esto obviamente. Lo “espiritual” es lo más concreto que
pueda existir e indica el núcleo existencial de la persona y de todo lo que
existe. Lo “espiritual” revela y expresa la profunda unidad del ser humano y de
todo lo existente. La separación entre algo supuestamente “espiritual” y algo
concreto es meramente ilusoria y viene de nuestra mente. La realidad no conoce
esta separación: la realidad es una. Lo espiritual indica el núcleo originario
de la realidad que está brotando instante por instante de las manos de Dios. En
sentido estricto entonces no es más “espiritual” rezar que ir al baño. Las dos
son actividades humanas y su “nivel de espiritualidad” depende del nivel de
conciencia y de amor con los cuales las vivimos. Así que, paradójicamente,
puede ser “más espiritual” ir al baño que ir a la Misa.
No
crecemos porque seguimos separando y fragmentando una realidad que es
esencialmente una.
2)
Desde esta visión de lo
“espiritual” sigue coherentemente que no ponemos herramientas e instrumentos
concretos para crecer. Si consideramos lo “espiritual” como algo aparte de la
vida y volátil, lo dejamos sujeto a los sentimientos y los sentimientos de por
sí son muy inestables y cambiantes. Desde ahí vivimos la esclavitud y
superficialidad de los gustos: “me gusta” y “no me gusta”. “Voy a Misa cuando lo siento” es uno de
los estribillos más repetidos en la historia de la humanidad creo. La fidelidad
“a lo que sentimos” tiene que hundir sus raíces en lo profundo y no en la
superficialidad de gustos y sentimientos. Es fundamental vivir lo que
“sentimos” pero desde la profundidad del ser y no desde la comodidad y la
superficialidad.
No
crecemos porque no ponemos herramientas concretas para crecer: las ponemos para
casi todo, menos que para cultivar el núcleo de nuestro ser. Una herramienta
tiene justamente estas características: es concreta y constante. Es decir:
tiempo y espacio.
Si
nuestra práctica espiritual no se refleja en tiempo y espacio es una trampa que
nos hacemos y una mentira. La practica de la meditación es tal vez la que más
refleja todo este fundamento: cada día un tiempo concreto en un lugar concreto.
3)
Somos enormemente dependientes
del pensamiento. Depender del pensamientos se refleja en: dependo de mis ideas,
mis juicios, mis opiniones, mis valoraciones. Casi siempre todo esto se
transforma en pre-juicios y cerrazones de todo tipo. Lo que no encaja con mi
pensar y mis juicios lo rechazo. Vivir así es vivir en un nivel muy superficial
de nuestro ser e impide un crecimiento espiritual serio. Depender del
pensamiento es depender de una
perspectiva: la tuya. Y una perspectiva extremadamente limitada: de un ser
humano concreto, histórico, con su educación, religión y cultura. El Universo
es algo más que tu perspectiva… Por eso el silencio es fundamental. No crecemos
porque no hacemos silencio. Solo el silencio nos saca de nuestras limitadas
perspectivas y de la dependencia de pensamiento. El silencio, por ser silencio,
abarca todas y cada una de las perspectiva y nos conecta con el centro de
nuestro ser. No se crece sin silencio y sin trascender el pensamiento.
Entonces desde estas tres pistas
que nos impiden crecer vamos sacando y resumiendo lo que si, en cambio, nos
puede hacer crecer:
a)
La unidad y lo integral. Volver a
experimentar la unidad y experimentarse como unidad.
b)
Poner herramientas concretas para
nuestro camino y crecimiento.
c)
Entregarse a espacios reales de
silencio.
Desde aquí estoy convencido que
podremos experimentar un real crecimiento y maduración, según los tiempos y
características de cada uno. Buen camino.
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