Fiesta de Pentecostés. Fiesta del
Espíritu, fiesta de la Presencia.
Está anocheciendo y los
discípulos de Jesús están encerrados. Tienen miedo: todavía no vieron al
Resucitado, todavía no palparon que la Vida no muere.
Es “el día primero de la semana”: el día de la creación, el día en el
cual Dios crea. Es hoy este día, es
siempre este mismo y único día. No existe otro. “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5): ahí radica el secreto
de la vida. Vivir en la perenne creación y novedad. Ahora todo está surgiendo
de la nada, ahora todo es nuevo. El camino espiritual no es otra cosa que
descubrir esta única verdad.
Día de la creación, día de la
Resurrección, este día: un mismo, único, extraordinario día.
Los discípulos todavía no logran
ver este día: tienen miedo. Lo peor
del miedo es que distorsiona la realidad. El miedo impide ver o lo que se ve no
es real. Es como un grueso filtro que nos aleja de lo real, la belleza, la
Presencia.
El miedo surge de la
vulnerabilidad no reconocida y no aceptada. Y el miedo cierra y encierra. La
cerrazón es la manifestación más evidente de la vulnerabilidad. Cuanto más
cerrazón y rigidez manifiestas, más vulnerabilidad y miedo hay escondidos.
Lo vemos en muchos ámbitos de
nuestra iglesia y en la vida política y social: las personas más cerradas,
rígidas y dogmáticas son casi siempre las personas más vulnerables y más
miedosas: esconden sus miedos con la caparazón de una falsa seguridad. No saben
dialogar, viven quejándose y siempre están a la defensiva.
Desde ahí a los abusos de poder y
a la violencia el paso es breve.
¿Cómo salir del miedo y abrir
puertas?
Conectando con la paz que somos.
Es sumamente sugerente que las
palabras que Juan pone en boca del resucitado se centran en la paz. La
resurrección revela y descubre la omnipresente y todopoderosa paz.
La paz es el don por excelencia,
porque la paz coincide con lo mejor de cada uno.
Somos paz y la raíz invisible de
todo lo visible, es la paz.
Como dice Jorge Lomar: “El amor solo es posible en la paz”.
Parece obvio pero a menudo
queremos amar sin estar en paz.
¿Cómo podemos amar sin no estamos
profundamente en paz?
¿Y cómo estar en paz si no
aceptamos y transformamos los miedos?
Conectar con la paz es entonces
la tarea primordial. Es el don por excelencia del Espíritu. Don siempre
disponible, siempre presente.
La tarea es simple y dura a la
vez: abrirse, enfrentar nuestra propia vulnerabilidad, aceptar el desafío de la
incertidumbre y la inseguridad.
Descubriremos una paz
indescriptible. Descubriremos la Paz que somos.
Como dice San Pablo: “Entonces la
paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los
corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús” (Fil 4, 7).
Instalados
en esta Paz el amor fluirá y las tormentas de la vida no nos harán perder rumbo
y estabilidad.
¡Ven Espíritu
a revelar al mundo el don de la paz!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario