domingo, 4 de junio de 2017

Juan 20, 19-23




Fiesta de Pentecostés. Fiesta del Espíritu, fiesta de la Presencia.

Está anocheciendo y los discípulos de Jesús están encerrados. Tienen miedo: todavía no vieron al Resucitado, todavía no palparon que la Vida no muere.
Es “el día primero de la semana”: el día de la creación, el día en el cual Dios crea. Es hoy este día, es siempre este mismo y único día. No existe otro. “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5): ahí radica el secreto de la vida. Vivir en la perenne creación y novedad. Ahora todo está surgiendo de la nada, ahora todo es nuevo. El camino espiritual no es otra cosa que descubrir esta única verdad.
Día de la creación, día de la Resurrección, este día: un mismo, único, extraordinario día.

Los discípulos todavía no logran ver este día: tienen miedo. Lo peor del miedo es que distorsiona la realidad. El miedo impide ver o lo que se ve no es real. Es como un grueso filtro que nos aleja de lo real, la belleza, la Presencia.

El miedo surge de la vulnerabilidad no reconocida y no aceptada. Y el miedo cierra y encierra. La cerrazón es la manifestación más evidente de la vulnerabilidad. Cuanto más cerrazón y rigidez manifiestas, más vulnerabilidad y miedo hay escondidos.
Lo vemos en muchos ámbitos de nuestra iglesia y en la vida política y social: las personas más cerradas, rígidas y dogmáticas son casi siempre las personas más vulnerables y más miedosas: esconden sus miedos con la caparazón de una falsa seguridad. No saben dialogar, viven quejándose y siempre están a la defensiva.
Desde ahí a los abusos de poder y a la violencia el paso es breve.

¿Cómo salir del miedo y abrir puertas?
Conectando con la paz que somos.
Es sumamente sugerente que las palabras que Juan pone en boca del resucitado se centran en la paz. La resurrección revela y descubre la omnipresente y todopoderosa paz.
La paz es el don por excelencia, porque la paz coincide con lo mejor de cada uno.
Somos paz y la raíz invisible de todo lo visible, es la paz.
Como dice Jorge Lomar: “El amor solo es posible en la paz”.
Parece obvio pero a menudo queremos amar sin estar en paz.
¿Cómo podemos amar sin no estamos profundamente en paz?
¿Y cómo estar en paz si no aceptamos y transformamos los miedos?
Conectar con la paz es entonces la tarea primordial. Es el don por excelencia del Espíritu. Don siempre disponible, siempre presente.
La tarea es simple y dura a la vez: abrirse, enfrentar nuestra propia vulnerabilidad, aceptar el desafío de la incertidumbre y la inseguridad.

Descubriremos una paz indescriptible. Descubriremos la Paz que somos.
Como dice San Pablo: “Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús” (Fil 4, 7).
Instalados en esta Paz el amor fluirá y las tormentas de la vida no nos harán perder rumbo y estabilidad.

¡Ven Espíritu a revelar al mundo el don de la paz!





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