jueves, 8 de junio de 2017

La Virgen del Reencuentro y la meditación




Hace unos días la Vida – a través de un querido amigo – me sorprendió nuevamente con la llegada de la “Virgen del Reencuentro”.
La urgencia era encontrarle un lugar: ¿adónde quería estar esta hermosa y tierna imagen?
Casi sin darnos cuenta la Virgen del Reencuentro se deslizó y se instaló en nuestra humilde y acogedora sala de meditación.
Sin duda no fue casualidad.
Tal vez la Virgen quiere enseñarnos que “meditar es reencontrarse”.
Hermosa palabra “reencuentro”.

Meditar es reencontrarse una y otra vez con el Misterio que somos, que nos sostiene y que une el Universo entero.
No alcanza con encontrarse una vez. Necesitamos reencontrarnos con nosotros mismos y con los demás. Aprender a vivir es aprender a reencontrarse. El reencuentro subraya la importancia de la novedad, del saber ver y apreciar la realidad con renovado estupor: ver con ojos nuevos.
El reencuentro subraya algo esencial: todo está naciendo a cada instante. Yo no soy lo mismo de ayer: mis células cambiaron, todo está continuamente muriendo y resucitando. La sensación de continuidad viene de nuestra memoria y la necesitamos para vivir, pero lo único real es el fluir de la vida que nos instala en otra y más profunda estabilidad: la de la quietud y del silencio.
Quietud y silencio que descubrimos y aprendemos a vivir meditando, con paciencia y perseverancia. La calma es la verdadera fuente del reencuentro.

Reencontrase con uno mismo es entonces descubrir el Misterio siempre presente y siempre nuevo. Reencontrarse desde el silencio es descubrir nuestra propia virginidad. La “Virgen del Reencuentro” nos invita a instalarnos en el lugar “virgen” de nuestro ser: lugar siempre presente, lugar de nuestra identidad más honda.

Virginidad y reencuentro van de la mano, como viejos amantes.
La virginidad tiene poco que ver con lo biológico y lo físico o, por lo menos, no es lo esencial. La virginidad tiene que ver con la novedad y el estupor, con el silencio y el asombro.
Justamente cualidades bellísimas de María de Nazaret, así como el evangelio nos la presenta.
Ser virgen es reencontrarse y reencontrarse – una y otra vez – es aprender a instalarse en la virginidad. ¡Experiencia maravillosa!

El reencuentro huele a nuevo, a ropa recién lavada. Abre la puerta del Infinito, una y otra vez. El reencuentro nos enseña a respetar el Misterio y a vivirse desde el Misterio: lo que encontraste no es tuyo y solo el perenne reencuentro te pertenece.
El reencuentro nos hace más sensibles, más atentos, más disponibles. Reencontrarse con uno mismo y con los demás nos abre al fluir de la vida y nos saca de las seguridades y los miedos que bloquean y embretan la vida.

El reencuentro es característica exquisita femenina, que María de Nazaret resume y concentra.
Es la mujer la que prepara los reencuentros, que se alegra enormemente, que goza y hace fiesta. Sonríe la mujer al reencontrarse con el amante, con los hijos, con los amigos. Sonríe y recibe: como fuera la primera vez.
El reencuentro desarrolla lo femenino en el mundo y nos abre a lo único fundamental: la receptividad y la gratuidad.

Todo es un don. Absolutamente todo: cada instante, cada lugar, cada cosa, cada aliento.
Saber recibir todo como un don es el aprendizaje de toda la existencia.

La Virgen del Reencuentro nos acompaña.

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