Hoy la iglesia celebra la fiesta
del “Corpus Christi”: el Cuerpo de
Cristo que, para los católicos, encontramos de forma especial en el pan
eucarístico.
El capítulo 6 de Juan es un
conglomerado obra de distintos autores sobre el tema del “pan”. En su composición más antigua el “pan” simbolizaba la
enseñanza y el mensaje de Jesús, auténtico alimento. Más tarde se le aplicó
toda la tradición eucarística.
Hoy lo leemos casi exclusivamente
pensando en el pan eucarístico. No hay que perder la otra dimensión.
¿Cómo entender el mensaje del pan y la enseñanza eucarística?
¿Cómo entenderlos en nuestra
actualidad y para que nos ayuden a hacernos más humanos y plenos?
Recordamos antes que nada la
etimología de la palabra “Eucaristía”:
palabra griega que significa “dar gracias”.
No podemos comprender el mensaje del pan y de la eucaristía sin una actitud
agradecida.
La comprensión autentica nace del
agradecimiento: probar para creer.
En segundo lugar es importante purificar el culto eucarístico. La
eucaristía, central en la vida de la iglesia, a lo largo de los años sufrió una
importante degradación y exteriorización.
Resumiendo en una frase tan vez
demasiado tajante: se sacralizó tanto la
Eucaristía que profanamos la vida.
En muchos casos se redujo la Misa
y la misma comunión a un rito exterior, casi mágico, que poco tenía que ver con
la vida y las enseñanza el Maestro. No son raros los casos de personas de
comunión frecuente cuya vida no refleja el amor y la plenitud que la Eucaristía
expresa y regala.
Algo no funcionaba y no funciona
en esta manera de comprender y vivir.
El camino para re-aprender la
Eucaristía va de la mano de la comprensión del Misterio de la Unidad.
Todo el capítulo 6 de Juan y en
general todo su evangelio – con especial énfasis en el capítulo 17 – se centran
en la Unidad y en lo Uno.
El lenguaje de Jesús es
fuertemente simbólico: “el Padre que vive
me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo el que me come vivirá por
mí”.
En primer lugar subrayamos la
centralidad de la vida: todo en función y a servicio de la vida. Todo el
evangelio – y obviamente los ritos de la iglesia – están a servicio de la vida.
Una vida humana digna y plena.
Una Eucaristía que no nos hagas
más humanos, más amantes, más plenos traicionaría por completo su sentido y su
misma razón de existir.
En segundo lugar la Eucaristía
expresa y resume lo que somos: unidad. La Eucaristía es una palabra auténtica
sobre nuestro ser, nos dice cual es nuestra identidad: Vida Una.
Somos Vida que se expresa en
formas humanas concretas.
Comulgar entonces es mucho más
que un rito o una devoción, más que un consuelo o un momento de intimidad
personal con Jesús.
Es el recordatorio más sublime
que los cristianos tenemos de nuestra auténtica identidad.
La Eucaristía nos dice: somos
vida divina. Somos Uno con el Misterio innombrable que llamamos “Dios”.
La Eucaristía te recuerda: vivas
a partir de lo que eres. No te confundas. No te pierdas. No creas que eres lo
que piensas. Eres el océano silencioso del Ser. Eres sangre divina en venas
humanas.
Comprendida así la Eucaristía se
vuelve armónicamente uno con la vida real y cotidiana y ya no viviremos la
dualidad mentirosa que nos agota: rito y cotidianidad, fe y vida, iglesia y
mundo.
Por eso el gesto de Jesús que se
repite en la historia no podía llamarse de otra manera: “dar gracias”.
En sentido estricto hay una sola,
continua, perenne Eucaristía: el gesto invisible y oculto de la divinidad que
para expresarse en nuestras vidas continuamente se parte y se reparte.
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