Estuve
de visita en mi monasterio interior.
Es
el lugar más íntimo de mí mismo,
un
lugar que no está en ninguna parte y en todas.
Me
encuentro en una profunda paz en el monasterio interior.
Reina
un absoluto silencio,
interrumpido
de vez en cuando y por breves instantes,
por
susurros, notas y cantos.
Es
un monasterio sin paredes pero igualmente inexpugnable,
fortaleza
de diamantes.
Es
un lugar sobrio y sencillo
y,
al mismo tiempo, cálido y lleno de color.
Todo
ser viviente habita ahí
y,
de repente, estoy solo con la misma soledad.
Es
mi lugar de descanso y oración.
Desde
ahí también trabajo, me muevo, respiro.
En
mi monasterio interior hay un solo aliento
y
un solo respirar, aunque a veces,
se
perciben dos.
Es
un lugar siempre verde y fresco,
como
pasturas de montaña.
Infinitas
flores los habitan
y
me alegran con sus colores y perfumes.
Reina
el silencio en el monasterio interior,
una
paz profunda y una serena alegría.
Y
ocurre, de vez en cuando, que en este silencio me pierdo dulcemente.
Entonces
recorriendo los silenciosos pasillos del monasterio
nos
encontramos con el silencio y nos preguntamos:
“¿Quién
eres?”, “¿soy yo o eres tu?”
Nadie
responde y en el fondo es la mejor y única respuesta.
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