domingo, 21 de enero de 2018

Marcos 1, 14-20




En el texto de hoy Marcos une – con la sobriedad que lo caracteriza – dos grandes temas: el anuncio del Reino y el llamado de los primeros discípulos.
Muy conocido es el versículo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia” (Mc 1, 15).
En pocas palabras Marcos resume grandes temas de su evangelio: la presencia del Reino que Jesús anuncia, la conversión, y justamente el “evangelio” que es “Buena Noticia”. Siempre el “evangelio” es buena noticia, también en sus exigencias y desafíos: nunca hay que olvidarlo.
Tal vez Maestro Echkart tenía presente este versículo cuando dijo: “Nadie es olvidado. Cualquier cosa que se diga de Dios que no te conforte, es una mentira”.

El Reino de Dios está cerca”: está aquí, disponible, siempre presente.
Podemos hacer un paso en profundidad: “Reino de Dios” – más allá de sus connotaciones históricas – expresa sin duda todo lo que anhela el corazón humano. Sin perder el sentido histórico y utópico hay que leer la expresión desde otro nivel de conciencia.

“Reino de Dios” en este sentido expresa la vida plena, el amor incondicional que habita en cada ser viviente, nuestro más hondo anhelo.
Esta plenitud y este amor están acá, cerca, tan cerca que no los vemos.
Como dice Lanza del Vasto: “Nadie ha visto a Dios, porque en toda mirada es Dios quién ve”.
La vida plena – Dios mismo – se expresa en la realidad así como se manifiesta. Así como es. Este es el gran misterio: la Infinito se expresa y manifiesta en lo temporal, lo fuerte en lo débil, lo sin-tiempo en el tiempo, lo sin-limites en los limites.
Esto es el Amor. Esto es lo único necesario para comprender. En este Misterio hay que entrar: todo lo demás es puro adorno.
Tu existencia, así como es en este momento, es “Reino de Dios”: Amor divino y pleno.
Tu existencia así como es, ¡si! Con tus dolores, tus proyectos, tus deseos, tus caídas, tus incomprensiones… y todos los limites que puedas imaginar.

Lo que nos impide ver esta belleza son los juicios mentales: “debería ser de otra manera”, “no debería ser así”, “esto me gusta y esto no me gusta…”.
La realidad es la que es y la plenitud está realmente presente y escondida en su más profunda intimidad.
Por eso que la clave para “ver” es la aceptación.

En las esclarecedoras palabras del filosofo español Mariano Corbí:
Fluir con la vida es la aceptación; dejar llegar lo que viene y dejar ir lo que se va. No desees, no tengas miedo, observa el presente tal cual es y cómo llega. Tú no eres lo que llega, sino aquel a quien eso llega, el observador. En el fondo, no eres ni siquiera el observador. Eres la potencialidad última cuya manifestación es la conciencia que todo lo abarca.
Debes ser un «sí» sin ningún «no». Lo que hay «es», el «debería ser» no existe.
Si deseas otra cosa, dices «no» a lo que hay. Entonces amas más a tu criterio que a la realidad que es.
Lo que ha ocurrido, ha ocurrido. No digas «no», no desees «otra cosa» (…)
Es preciso decir «sí» enseguida y en primer lugar. Una aceptación profundamente sentida. Ningún «no», ningún rechazo.
Acepta, y si después de haber aceptado, hay alguna cosa a hacer, hazlo lo mejor que puedas en la medida de tu comprensión y de tus fuerzas y entonces, acepta de nuevo.
Desear que las cosas sean de otra manera, eso es ignorancia.
La fuente de la desgracia reside en el hecho de no ver, - porque no se acepta -, «lo que es», «lo que ocurre» y querer que «sea y ocurra otra cosa».
No viendo lo que es, lo mental suspira por otra cosa. «Pensar» y «desear» recubren de sombra el «ver» y el «ser»”.

Para vivir así la aceptación necesitamos conversión. La conversión – lejos de los criterios morales a los cuales estamos acostumbrados – reside en cambiar la mirada. La palabra griega – metanoia (meta-noia) – expresa justamente eso: “más allá de la mente”.
Otra manera de ver. La mente no ve la realidad, la interpreta. Y a partir de su interpretación la juzga continuamente.

El ver surge de la conciencia, de lo que somos más allá del pensamiento. El ver surge del profundo silencio del ser.
Calla tu mente, tus sentidos, tus deseos, tus búsquedas compulsivas: observa y acepta. Todo es perfecto, porque en todo se está manifestando y revelando el Amor Infinito y eterno.
Amor Infinito y eterno que se revela también en la fragilidad, los limites y el dolor: ¿qué problema hay?
Es muy probable que tu mente en este momento esté juzgando: “No puede ser…”, “Cómo… ¿qué problema hay?”, “no es justo…”, “pero… yo esta cosa no la quiero”, “¿y las injusticias del mundo?”, “yo no quiero sufrir…”, etcétera.
Lo sé. La conozco la mente.
Por eso callo. Por eso amo el silencio. Por eso me ejercito en el silencio. Por eso intento observar todo desde este silencio que se vuelve aceptación.
Y me enamoro. Porque todo empieza a brillar, porque en todo descubro el amor, porque en todo respiro a Dios, porque en todo palpo la Vida.
A veces no me resulta fácil, por supuesto. Hay cosas que duelen y experimentar la fragilidad – mía y de los demás – cuesta.
Entonces intento regresar al silencio y contemplar desde ahí. Cuando calmo mi mente y logro la aceptación todo vuelve a brillar. En realidad nunca dejó de brillar. Simplemente mi no-aceptación no me dejaba ver.
Estamos en camino. Cuento con ustedes, con cada uno. Ustedes cuentan conmigo.

El silencio es el camino, la aceptación es el camino. El Reino está acá. El Amor es lo único que hay, expresándose maravillosamente en este aquí y ahora.
Este es el llamado que hay que escuchar, como un día los primeros discípulos escucharon la voz firme y tierna del Maestro.
Es el llamado del Amor que te invita a confiar en la Vida. Es el llamado del Amor que te lleva de la mano a amar la vida, tal y cual se manifiesta en este momento.


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