domingo, 17 de enero de 2016

Juan 2, 1-11




El relato evangélico de hoy nos presenta el texto conocido como "las bodas de Cana".
Fiel a su estilo y su propósito Juan usa un lenguaje simbólico: agua, vino, esposo, fiesta.
También sabemos que Juan no habla de "milagros" sino de "signos". En las bodas de Cana Jesús realiza el primer signo.
Un signo necesita escucha, atención, interpretación para poder captar en toda su profundidad lo que quiere decirnos.

La atención es uno de los elementos fundamentales del texto.
Juan nos presenta a María como un icono de la atención.
María es la mujer atenta. Ella se da cuenta de que está faltando el vino y, antes que termine, avisa a Jesús.
Muchas veces nuestra vida espiritual queda estancada por falta de atención: no estamos atentos a nosotros mismos antes que nada. No sabemos lo que vivimos, sentimos, anhelamos. 
De ahí una falta de atención a los demás y a la Presencia de Dios. Dios, el Presente, pasa a ser el Ausente, por falta de atención.
El hombre espiritual es el hombre atento, que vive con consciencia cada momento de su vida. Estar atento, en el fondo, significa vivir en la Presencia de Dios.
Cuando estamos atentos ocurre el milagro o, más bien, interpretamos correctamente los signos: el agua es vino.

Aquí se nos abre otro hermoso y fundamental punto de reflexión.
El agua de nuestra humanidad es también el vino de la divinidad. No hay separación. Este es el regalo único que Jesús nos reveló: nuestra humanidad es divina y la divinidad es humana.
Somos tinajas vacías: todo es gracia, todo es un don. Todo hemos recibido. Nuestra tarea está es ser plenamente lo que somos: humanos. ¿Podemos acaso ser otra cosa? 
Siendo plenamente humanos seremos también divinos. 
Al mundo no le falta divinidad, le falta humanidad.
Cristo siempre está ahí. Siempre transformando agua en vino... ¡si hay agua!

Si todo esto es así: ¿podemos no vivir la vida como una fiesta?
La aventura humana es fiesta, más allá y a través también del dolor y las dificultades que todos bien conocemos.
El esposo siempre está: la divinidad es nuestra raíz y nuestra esencia. El Misterio divino nos define. Misterio que no podemos abarcar ni comprender, porque es el aire que respiramos, es el agua en la que nadamos.
Misterio tan abundante, como las seis tinajas de agua/vino, que nos emborracha de amor.

Trabajemos por desarrollar en plenitud nuestra humanidad que nos es regalada y, casi sin darnos cuenta, solo habrá vino.



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