El acontecimiento que
hoy el evangelio nos presenta tiene que haber sido importante y quedó grabado
en la memoria y el corazón de las primeras comunidades cristianas: los cuatro
evangelistas lo relatan en sus escritos, cada cual con su matiz y su intención
particular.
Es un texto que me
fascina, una de las páginas del evangelio que más resuena en mi corazón.
El encuentro de la
mujer con Jesús está lleno de una gran ternura, un gran amor y un gran perdón.
Realidades que el fariseo no logra vislumbrar siquiera.
Por eso es también un
evangelio muy duro y que nos propone uno de los temas claves del mensaje de
Jesús y de nuestra fe: la relación entre la ley y el amor.
La actitud de la prostituta
en búsqueda del perdón de Jesús es sin duda una actitud atrevida y que tiene
algo de erótico: la mujer se suelta el cabello y besa los pies. Es un amor
integral y total: nada de platónico. Esta admirable actitud de la mujer ya nos
revela algo del verdadero amor: o amamos con todo nuestro ser o no amamos para
nada. Se ama con todo y el amor siempre lo exige todo.
La actitud del fariseo
se coloca a las antípodas. Es impresionante como Lucas nos logra mostrar como
en un icono el contraste entre la mujer y Jesús por un lado y el fariseo por el
otro.
El fariseo concentra
en sí mismo la típica imagen del fiel observante: cumple cabalmente con todas
las leyes religiosas. Cumple, pero no ama. Terrible.
Terrible también
porque es la tentación perenne de la iglesia y de los cristianos.
El Papa está
insistiendo mucho en eso.
La iglesia tiene sus
leyes y reglas y, como toda institución, es necesario y hasta conveniente que
las tenga. Pero las leyes de la iglesia son a servicio exclusivo del amor: esto
es lo esencial, esto no hay que olvidar nunca. El amor es la ley única y
suprema y cuando, para ser fiel al amor hay que transgredir reglas, hay que
hacerlo con paz y alegría.
Lo complejo radica en
el hecho que no es fácil ser fiel al amor, no es fácil saber cuando y si estamos
amando o si estamos buscando nuestros intereses ocultos o satisfaciendo necesidades de afecto y seguridad. El fariseo creía que
estaba amando porque observaba la ley, pero estaba ciego, tan cegado por su
fidelidad a la ley que no supo ver a una mujer y su dolor, solo pudo ver a una
pecadora. No supo y no pudo ver el perdón de Jesús, solo pudo ver su
transgresión. No pudo ver a la ternura del amor en acción, solo pudo ver reglas
quebradas.
Que hermoso es el
amor, y como nos descoloca. Por eso es fundamental una actitud de apertura y la
capacidad constante de cuestionarnos, más allá de las normas y de nuestras
necesidades y deseos.
El amor, varias veces,
pone todo “pata para arriba”: la prostituta se convierte en modelo del
verdadero amor y el fariseo observante en un traidor del mismo amor.
Dejémonos conducir por
el amor, dejémonos sorprender, dejémonos encontrar y cuestionar: nada será como
antes.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario