El evangelio de hoy es central. Mateo, Marcos y Lucas relatan el
acontecimiento (Mt 16, 13-20, Mc 8, 27-30, Lc 9, 18-24). En el evangelio de
Marcos reviste una importancia especial ya que hace de eje encontrándose justo
en la mitad. Todo el evangelio del Marcos se centra en esta pregunta: ¿Quién es Jesús?
El acontecimiento es fundamental porque tiene que ver con una de
las preguntas centrales del ser humano: la pregunta sobre la identidad. ¿Quién
soy? Pregunta que hace un paquete único con las demás: ¿De dónde vengo? ¿Adonde
voy? ¿Qué hay después de la muerte?
Sumamente interesante lo que Lucas nos dice: Jesús plantea la
pregunta sobre su identidad en un momento de oración solitaria. Solo desde la
vivencia del silencio y la interioridad surgen las preguntas claves y solo
desde ahí podemos intentar respuestas coherentes y humanizantes.
Por eso nuestra sociedad actual – muy superficial en varias de sus
expresiones – no se plantea las preguntas claves. La sociedad de lo banal se
interesa de otros asuntos: los divorcios de los famosos, la vida privada de los
futbolistas, como gastar el dinero en estupideces y como sacar el máximo
provecho con el mínimo esfuerzo.
En nuestro texto podemos vislumbrar dos niveles de profundidad,
entrelazados entre ellos. En un primer nivel se trata de la identidad histórica
del Maestro de Nazaret.
Identidad histórica a la cual la iglesia a través de los siglos
dio respuestas interesantes que quedaron condensadas en fórmulas. Esto puede
resultar peligroso. Nos dice con lucidez José Antonio Pagola:
“Por desgracia se trata con
frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera
mecánica, repetidas de forma ligera y afirmadas más que vividas. Confesamos a
Jesús por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos con frecuencia
sin captar la originalidad de su vida, sin escuchar la novedad de su llamada,
sin dejarnos atraer por su proyecto, sin contagiarnos de su libertad, sin
esforzarnos en seguir su trayectoria.”
La respuesta a la pregunta de Jesús tendría que partir de la vida
y a servicio de la vida, de la confianza y a servicio del amor, del amor y a
servicio de la alegría.
Pero hay otro nivel, más profundo aún y por ende, según mi
parecer, más esencial.
La pregunta de Jesús: “¿Quién
dice la gente que soy yo?” está indisolublemente ligada a la otra: ¿Quién eres
tú? No podemos contestar quien es Jesús si ni sabemos quienes somos nosotros: es
la pregunta única y clave sobre la identidad.
¿Quiénes somos? ¿Quién soy?
Jesús apunta a algo esencial: descubre quien eres y sabrás quien
soy. El evangelio de Juan nos revelará la afirmación de Jesús: “Les aseguro que desde antes que naciera
Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 58).
Jesús se sabe uno con el Padre, expresión única de la vida divina.
Sabe que Dios es la raíz de todo lo existente. Nos invita a descubrirnos ahí,
en esta unidad. Jesús con su pregunta nos dice: descúbrete Uno con la Vida, Uno
con el Amor. Descubre que vos y yo somos una cosa sola.
Nuestra real identidad no está separada de Jesús ni de nada y
nadie: es identidad compartida. Vida divina que fluye y se tiñe de un color
único y especial.
Descúbrete ahí y todo se transformará: eso es, en esencia, vivir.
Recién vislumbrada esta verdad, entendemos más cabalmente los
últimos y famosos versículos: “El que quiera venir detrás de mí, que
renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que
quiera salvar su vida, la perderá y el que pierda su vida por mí, la salvará.”
Jesús no pide renunciar a lo que somos:
sería absurdo e inhumano. Jesús pide renunciar justamente a lo que no somos.
Jesús nos dice: si descubriste que tu
última y radical identidad es al amor, vive a partir de ello.
Renuncia a lo que no eres: tu egoísmo, tu
yo superficial con sus necesidades y deseos compulsivos, tus ideas y proyectos.
Vives tu humanidad a partir de su raíz
única y compartida: amor y vida.
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