“Nos despertamos en el cuerpo de Cristo
cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos”
Simeón el Nuevo Teólogo
“Nos despertamos en el
cuerpo de Cristo cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos”: son las
primeras frases de un texto místico de Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022). Este
texto es uno de lo más hermosos que conozco y desde hace tiempo me acompaña en
mi mesa de luz: imposible agotar su profundidad. Un texto cuya belleza me
enloquece. Lo cito por entero en el libro “Compasión y plenitud” (pp. 392-393).
Estas primeras frases del texto condensan admirablemente todo el
desarrollo posterior.
¿Dónde está Cristo? ¿Afuera o dentro?
Simeón nos sugiere que comprendido eso hemos comprendido la raíz
de la experiencia fundante cristiana y de toda mística.
Afuera y adentro, interior y exterior son categorías mentales
sujetas al espacio-tiempo. La realidad pura y genuina trasciende estas
categorías fundamentalmente psicológicas.
No hay afuera y adentro, no hay interior y exterior. Lo real es
siempre aquí y ahora. Lo real es siempre Cristo. Solo hay Cristo, nos dice
Simeón.
Un Cristo dormido, un Cristo que hay que despertar, un Cristo que
quiere despertar.
Despertar es una expresión usada en las tradiciones espirituales comparable
a otras: iluminación, transfiguración, resurrección. Expresa la toma de
conciencia plena y radical de esta verdad. Expresa la visión diáfana: por fin
vemos que solo hay Cristo. ¡Eureka!
hubiera dicho Arquímedes.
A esta visión, a este despertar tiene que llevarnos cada camino
espiritual y cada religión. Cualquier otra etapa intermedia será siempre
parcial y secundaria.
Cuando despertamos nos damos cuenta que todo es Presencia. Todo es
Cristo, expresión de Cristo, manifestación de Cristo, despliegue de Cristo.
Todo. Lo que me pasa adentro: mis percepciones, mi sentir, mis
pensamientos, mis emociones. Lo que pasa afuera: lo que hago, lo que veo, las
personas, el trabajo, la naturaleza.
Esencial es la comprensión de Cristo. Hay que comprender que
entendemos por Cristo. Los cristianos, aferrados a las categorías fijas e
individualistas griegas, seguimos asociando el Cristo solamente a la persona
individual e histórica de Jesús de Nazaret. “Jesús es el Cristo” expresa sin duda lo central de nuestra fe cristiana, pero entender esta expresión
solo en clave individual e histórica nos conduce a un callejón sin salida y
deja abiertas varias cuestiones: ¿dónde está ahora Jesús de Nazaret? ¿Quién soy
yo en relación a Cristo? ¿dónde se refleja la resurrección en nuestra historia
de dolor y muerte? ¿Cómo incide la fe en mi historia y en la historia de la
humanidad? ¿Qué relación hay entre cristianismo y demás religiones?
Solo por nombrar algunas cuestiones.
La clave es comprender “Jesús
es el Cristo” desde otro nivel de conciencia. En clave mística y
espiritual, como hizo Simeón ya en el año 1000. La verdad que estamos medios
atrasados.
Jesús vino a revelarnos justamente el Misterio de la Presencia,
que él con sus categorías culturales y religiosas llamaba “Padre”. Jesús, a
partir de su plena autoconciencia, se descubrió Uno con lo divino y esa
experiencia única la llamó Amor. Lo sabemos por experiencia: el
amor es siempre experiencia de unidad que nos lleva a la unidad. Jesús logró
descubrir que todo es gratuidad, amor, don. Despertó a la Presencia y se dio
cuenta que todo era revelación y expresión del Amor. Los evangelios atestiguan
todo eso.
Hablar de Jesús como Cristo en esta clave es comprender la
experiencia central del maestro de Nazaret: Jesús a través de su autoconciencia
tocó la raíz de su ser y se descubrió Cristo:
ungido, divino, Hijo. Desde ahí descubrió que la raíz de todo lo existente es
la misma. Todo es ungido, divino, hijo. La realidad es cristica, es decir,
tiene forma de Cristo. Todo es Cristo, en este sentido. El prologo del
evangelio de Juan lo sugiere cuando dice que “todas las cosas fueran hecha por medio de la Palabra”.
San Pablo lo
afirma en sus cartas repetidas veces:
“Él es la Imagen del Dios invisible,
el Primogénito de toda la creación,
porque en él fueron creadas todas las
cosas,
tanto en el cielo como en la tierra,
los seres visibles y los invisibles,
Tronos, Dominaciones, Principados y
Potestades:
todo fue creado por medio de él y para él.
Él existe antes que todas las cosas
y todo subsiste en él” (Col 1, 15-17).
“Por eso, ya no hay pagano ni judío, circunciso ni
incircunciso, bárbaro ni extranjero, esclavo ni hombre libre, sino sólo Cristo,
que es todo y está en todos” (Col 3, 11).
“Él puso todas las cosas bajo sus pies
y lo constituyó, por encima de todo, Cabeza de la Iglesia, que es su Cuerpo y
la Plenitud de aquel que llena completamente todas las cosas” (Ef 1, 22-23).
Los cristianos nos llamamos “hijos de Dios”: participamos de la
experiencia cristica de Jesús, el Primogénito. A través de la experiencia
histórica de Jesús de Nazaret nos descubrimos Cristo, como él. Hijos: como él.
Uno con lo divino: como él. Despertamos a nuestra autentico ser. Los budistas
la llaman “autentica naturaleza”. Los
cristianos la llamamos “Cristo interior”.
¿Qué es, quién es, el Cristo interior?
Nuestra raíz divina, eterna. La conciencia Una que se expresa en
nuestra individualidad psicosomática. Eso hay que despertar, nos dice Simeón.
Cuando despertamos al Cristo interior, cuando Cristo despierta en
nosotros, nos descubrimos Uno con este cuerpo. Nos descubrimos expresión y
manifestación del Cristo universal. En el fondo despertamos a la Uno que
integra y trasciende las distinciones: solo hay Cristo.
Javier Melloni lo dice así: “Jesús
es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del
cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos
dijo que éramos”.
Jesús despertó: se dio cuenta que era el Cristo, es decir, lo
divino expresándose plenamente en su humanidad y en todo lo existente.
¿y tu? ¿Despertaste? Simeón nos invita a eso.
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