En este domingo Lucas nos presenta una parábola muy fuerte en sus
tonos y su mensaje.
Es conocida como la parábola de Lázaro y el rico Epulón: en
realidad el pobre tiene nombre y el rico no. “Epulón” viene de quien presidía
los grandes banquetes romanos.
Ya este dato llama la atención y nos da una pista de comprensión
de la parábola. La riqueza, entendida como el apego que nos esclaviza, nos hace
perder de vista nuestra identidad. Es un peligro siempre presente. Aprender a
desapegarnos es un camino de descubrimiento de nuestra verdadera identidad.
¿Cuál es el gran “problema” del rico?
La falta de visión. Ni siquiera ve al pobre: ¡No lo ve! No es – en primer lugar – cuestión de una
falta moral o de una maldad intrínseca del rico. Esta falta de visión lo lleva
a una consecuencia trágica: la indiferencia. Indiferencia que es uno de los
grandes problemas sociales, a nivel individual y social. Somos indiferentes
porque en el fondo no vemos. “Ver” en el sentido más profundo – bíblica y
antropológicamente – indica conocer, experimentar.
¿Estamos realmente viendo el desastre y el dolor de Siria y los
refugiados?
¿Es posible todo esto en el 2016?
¿Estamos realmente viendo el dolor y la soledad del vecino?
¿Estamos realmente viendo nuestro propio dolor y nuestras heridas
emocionales?
¿Los países ricos están viendo el escandalo de la pobreza y el
hambre en un mundo donde la comida sobraría para todos?
¿Estamos viendo la aterradora paradoja de un mundo donde la parte
rica tira toneladas de comida y la parte pobre muere de hambre?
¿Estamos realmente viendo que la riqueza mundial está en manos de
pocos y la mayoría de la humanidad sobrevive como puede?
Todo esto no lo estamos viendo. Si lo estuviéramos viendo
actuaríamos de otra manera, sin duda.
No lo estamos viendo porque huimos del dolor. Huimos antes que
nada de nuestro propio dolor. El dolor no asumido en la compasión se transforma
en búsqueda de diversión, comodidad y, para quien puede, lujos.
Diversión, comodidad y lujo nos encierran cada vez más y la
ceguera se vuelve terrible.
Y ser crea un abismo. Un abismo insalvable, que es lo que
experimentan Lázaro y el rico, en un antes y después de la muerte en todo su
sentido simbólico. Muerte e infierno en el fondo expresan la experiencia del
abismo de la separación.
No deja de ser hasta tragicómico que hoy en día el nombre de
Lázaro resuena justamente no por su pobreza: otro Lázaro con sus amigos fundió
un país.
¿Cómo una clase política puede aprovechar de esta manera la
autoridad de servicio que les dio la gente? Y el problema es de todos. Tenemos
la clase política que generamos, los presos que generamos, los adolescentes que
generamos. Cada sociedad es reflejo de sí misma. Es inútil y absurdo apuntar
simplemente el dedo. Todos somos responsables. Porque en el fondo somos uno.
Hasta que no resuelvas y asuma tu dolor y tu mezquindad serás responsable en
gran medida también de lo que pasa afuera.
El poco amor que nos tenemos a nosotros mismos, las luchas
internas que tenemos, las huidas de nuestros miedos, las tormentas emocionales
que vivimos se reflejan afuera. Y generan las sociedades que tenemos. Encuentra
la paz verdadera en ti y el mundo encontrará la paz.
¡Cuantos abismos en nuestro corazón! ¡Cuantos abismos hay en este
mundo! ¿Cómo superarlos? ¿Cómo cruzarlos?
Aprendiendo a ver, a conocer, a sentir. Hasta que no vemos,
conocemos, sentimos el corazón del otro seguiremos presos de nuestro propio
dolor, egoísmo, ceguera.
Sólo cuando habremos aprendido a ver que la humanidad es Una,
viene de lo Uno y vuelve a lo Uno, el abismo se llenará. La compasión lo
llenará.
Estamos en camino sin duda. El dolor nos despierta. Cuando no
queremos ver el dolor golpea a nuestra puerta.
Aceleramos el proceso, por favor. Hacemonos cargo de nuestro
dolor, nuestra visión, nuestros abismos.
Empezando por hoy. Empezando por tu dolor incomprendido. Empezando
por tu casa, tu familia, tu vecino.
¿Pudiste ver? ¿Estás realmente viendo tu abismo? ¿Estás realmente
viendo las personas que viven contigo?
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