Una obra de arte, como saben y reconocen los verdaderos artistas,
tiene vida propia. Cuando una obra de arte es terminada su autor desaparece; o tendría
que hacerlo. Queda un vínculo por cierto, un vínculo de reconocimiento mutuo,
de un afecto particular, pero la obra de arte corta el cordón umbilical y vive.
Lo experimentamos cuando contemplamos una pintura o escuchamos una pieza
musical: la obra vive y comunica, independientemente de su autor.
Esta dinámica se puede percibir nítidamente en el haiku japonés.
Hemos hablado hace poco tiempo (reflexión del 21/7, “Cual aleteo”) de esta forma tan peculiar de poesía. El haiku
consiste en simplemente tres versos que describen la realidad esencial de las
cosas y sus relaciones. Para componer un haiku el “yo” del poeta tiene que
desaparecer. Es un arte exigente el haiku, tal vez uno de los artes más
exigentes. En otros artes – música, pintura, escultura – el “yo” del artista
tiende a estar más presente, a tener un rol más determinante, por lo menos
hasta el final de la obra.
En el haiku se exige al poeta desaparecer antes de componer. Es una de las condiciones, tal vez la esencial,
para que un haiku exprese toda su belleza y potencialidad.
Por eso el arte del haiku revela lo que somos: pura Vida, puro
Amor expresándose. Ejercitarse en el haiku puede ser un maravilloso ejercicio
espiritual. Los invito a practicar el haiku y a entrar es ese mundo
maravilloso. La práctica del haiku es como la práctica meditativa: una síntesis
de nuestra vida, un concentrado de vida para la vida.
Cuando nos ponemos en el centro de nuestro ser y cuando escribimos
un haiku a partir del silencio y la quietud, el haiku es puro reflejo de lo
real. El poeta queda casi invisible: el haiku mismo se sirve de la sensibilidad
del poeta para aparecer. En realidad el haiku siempre estuvo ahí esperando el
canal correcto para salir. El poeta sincero y transparente aprende a darse
cuenta si un haiku salió desde su “yo” (con los matices siempre presentes) o si
simplemente fue el cauce por el cual el haiku cobró vida y se manifestó.
Todo esto nos invita a vivir la vida desde la dimensión más
profunda y real: ser poesía no poeta. Vivir como poeta, o como artista en
general, es muy sabio y maravilloso. Ser poesía sin ser el poeta es más hermoso
aún. Porque desaparece por completo nuestro “yo” y simplemente somos. Somos
cauce de la Única Vida, cauce del Único Amor.
Estamos llamados a vivir, Eso sin nombre que es nuestra raíz es la
Vida. Estamos llamados a ser poesía, Eso sin nombre que es nuestra raíz es el
Poeta.
Quítate del medio, deja el control, deja fluir la poesía que eres.
Ya somos una poesía única y original. Ya lo somos, como el haiku ya está presente.
Simplemente deja que el Poeta te convierta, aquí y ahora, en la poesía que ya
eres.
No intentes ser poeta, sé poesía. No intentes ser Cristo, sé Cristo.
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