Es muy común
escuchar a las personas referirse a la vida en términos de lucha. “Hay que lucharla”, te dicen. “Luché toda la vida”, “la vida es una lucha”.
Más allá del
lenguaje y las expresiones – más o menos certeras y que pueden tener su lugar –
ver la vida en términos de lucha es muy peligroso, frustrante y desgastante.
Aprender la
visión mística sobre la vida nos ayuda a recorrer otros caminos: más sabios y
por ende, más humanos. Caminos de plenitud.
Aprender la
visión mística nos sugiere paulatinamente que la única lucha que vale la pena
es la lucha para dejar de luchar.
Antes que nada
lo esencial: dejar de separar, dejar de ver separación donde hay unidad.
“La vida y yo” o
“la vida y nosotros” no somos dos realidades distintas. En realidad solo existe
la Vida, la única Vida de la cual todos participamos y todo participa.
Cada uno y cada
cosa es expresión de la única Vida. Hablar de “mi” o “nuestra” vida es un
absurdo; simplemente lo aceptamos convencionalmente para poder entrar en comunicación
y entendernos.
Me parece más
ajustado hablar de “existencia”: todo existe porque participa – está
participando – de la Vida.
Hablar entonces
de la existencia como lucha o, peor, vivir nuestro existir como lucha no nos
lleva muy lejos, a pesar de las apariencias y la superficie. Tal vez algo se
consigue, pero los costos son altos: la salud, la alegría, la paz interior.
Antes que nada
una simple y contundente constatación: “la
Vida siempre tiene la razón”.
Ya lo decía –
más o menos con las mismas palabas – el gran poeta Rainer María Rilke: ¡bendita
percepción de los poetas!
La Vida nos
precede, nos sostiene y continua. La Vida va por su cauce, que nos guste o no
nos guste. Aceptar que no tenemos el control es todo un aprendizaje, tal vez el
aprendizaje más difícil. Creemos poder manejar la Vida a nuestros antojos,
creemos que nuestras decisiones podemos llegar a controlar la Vida. En realidad
la Vida “nos ocurre”, como inesperado regalo.
Y esta Vida, la
única Vida, se manifiesta en lo que está ocurriendo aquí y ahora. Así de
simple, así de maravilloso. Todas las tradiciones espirituales insisten en este
punto. Una y otra vez.
Lleguemos al
punto clave planteándonos unas preguntas:
¿Tiene sentido
luchar en contra de lo que está ocurriendo aquí y ahora? ¿Luchar en contra de
lo que es? ¿Luchar en contra de la vida?
Estás
preocupado, por ejemplo. ¿Tiene sentido luchar en contra de algo que ya es?
La preocupación
la sentís, está ocurriendo. Es la Vida, aquí y ahora. No querer sentirla,
negarla, luchar en contra es inútil. Estás yendo en contra de lo que ya es.
Un ser querido
fallece. Sobreviene una enfermedad. Hay dificultades económicas.
Incomprensiones en la familia.
¿Tiene sentido
negar algo que ya está ocurriendo? Es la Vida, que se manifiesta aquí y ahora
de esta manera. Es la Vida, no lo olvidemos. La Vida que se manifiesta así.
Pongas tu atención en la misma Vida más allá de su manifestarse. Centrate en lo
esencial – la Vida – y no en sus transitorias manifestaciones.
Luchar en contra
o negar lo que está ocurriendo – lo que
ya es de alguna manera – nos produce más dolor que la simple y pura
aceptación.
Una forma sutil
de luchar es resistir: nos resistimos
interiormente a lo que ya es. No lo aceptamos.
La Vida solo
pide nuestro sí: radical, feliz, enamorado.
La Vida nos pide
alinearnos con ella, humildemente.
La Vida nos pide
sintonía.
No luchar en
contra ni resistir, sino alineación. Una vez alineados con la vida todos los
esfuerzos, el entusiasmo, el trabajo, cobran su más hondo sentido y toda su
fuerza.
Te vas convirtiendo
en Uno con la Vida. Fluyes con la Vida, en armonía.
Y esto,
milagrosamente, disuelve también el mal o lo que etiquetamos como “mal”.
Como el río que
gasta la roca, no por ir en su contra, sino por abrazarla con suavidad y
compasión.
Todo esto
obviamente no significa que en ocasiones habrá que pararse firmemente frente a
la violencia, las injusticias y el ciego egoísmo. O que no podamos “defendernos”
y cuidar nuestra valiosa existencia. Pero será siempre a partir del “si” a la
Vida, de la aceptación de lo que es. Porque habremos comprendido que “el mal”
es Vida que se manifiesta distorsionada, Vida ciega en busca de luz, Vida que
gime, Vida que anhela tu “sí”, nuestro “sí”, aquí y ahora.
La única lucha que vale la pena: dejar de luchar.
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