“Auméntanos la fe”: es el pedido de los
apóstoles a Jesús en el relato de Lucas que hoy la liturgia nos presenta.
“Auméntanos
la fe”: seguramente es el pedido – más o menos explicito – de muchos
cristianos. Un pedido que se convierte en un grito apasionado en los momentos
de dificultad y dolor.
A mi parecer
es fundamental un paso previo: ¿qué es la fe?
El ser humano
es siempre original y paradójico: a menudo sucede que pasamos de largo lo
esencial para enredarnos en lo superficial. No nos preguntamos lo fundamental y
nos perdemos en los vericuetos de lo accesorio.
Si no sabemos
lo que es fe, ¿qué sentido tiene
pedir su aumento?
Suponemos
saber lo que es la fe: ahí radica el
problema. Suponer sin experiencia propia y sin cuestionarse nos hace caer en una
estéril y superficial rutina; estéril y superficial rutina que lamentablemente
marcan la vida de muchos cristianos.
La concepción
occidental de la fe está marcada – por más que suene paradójico – por el
racionalismo. Fue tan fuerte el giro racional del mundo occidental que la
reacción opuesta y contraria (acción/reacción) fue tajante: la fe como creencia
en algo que la razón no puede explicar. La fe subintraría donde la razón calla.
Desde ahí las
consecuencias se dan por si solas: el supuesto ateísmo es la más contundente.
Dios se
convierte en un ideal abstracto que nos impone normas morales y un montón de
reglas. Un Dios así engendra generalmente dos posturas: fundamentalismo y
ateísmo.
Es urgente
entonces recuperar y releer para el hoy el significado de la fe.
Subrayo tres
aspectos.
1) Fe y vida: no podemos
nunca separar la fe de la vida. Jesús siempre mantuvo muy unida las dos. La fe
de Jesús es la fe en la fundamental bondad de la vida y del mundo. Dios es la
Vida y la Vida es Dios: el resto son fantasías y especulaciones inútiles. No
existe un Dios separado de la vida, de nuestra vida concreta, aquí y ahora.
Creer es vivir.
2) Fe y confianza: la fe
es fundamentalmente un acto de confianza. Por eso no existe el ateísmo
práctico, porque siempre el ser humano vive de confianza. Las decisiones que
tomamos – que lo sepamos o no – radican siempre en algo de confianza. Simplemente
porque no vemos el futuro, ni los cambios que se van dando constantemente.
Cuando nos casamos, elegimos un trabajo, nos comprometemos en una amistad,
hacemos siempre un acto de confianza: no sabemos si nos regalarán la plenitud
que anhelamos. Vivir de fe es aprender a confiar más y más.
3) Fe y visión: tal vez
el aspecto central que engloba los dos precedentes. Fe es ver. Ver lo esencial
más allá de los superficial, ver lo eterno en lo temporal, ver la vida en la
muerte, el amor en el miedo. En el fondo fe es ver lo real, lo único real. Lo
que somos y lo que es. Cuándo hemos visto lo que somos, ¿falta algo?
“Auméntanos la fe” significa entonces:
queremos ver. Queremos descubrir lo que somos. Queremos vivirnos desde nuestro
ser más auténtico.
Como Jesús:
vio. Vio que todo era Amor. Y vivió lo que vio.
Entonces se entiende el original y
misterioso ejemplo del maestro: “Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un
grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: “Arráncate de raíz y
plántate en el mar”, ella les obedecería.” Marcos es más audaz y en lugar de la morera pone una montaña (Mc 11, 23).
Obviamente a
Jesús no le interesa una fe mágica, milagrera, exterior y superficial: ¿qué
sentido tiene una morera en el mar?. Jesús apunta a lo único esencial:
compartir su visión.
Cuando
nuestra fe se transforma en visión, ¿qué vemos? La profunda unidad del todo.
Todo es pura expresión de lo Uno, del Amor.
Yo, el grano
de mostaza, la morera y el mar: compartimos la misma vida. No hay separación.
Somos uno.
Todo es
nuestro. Somos vida plena e infinita manifestándose en un punto concreto.
¿Dónde está
el todo, puede faltar algo?
San Pablo lo
había intuido: “porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo
o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de
ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios.” (1 Cor 3, 21-23).
De todo eso puede surgir una sola actitud existencial: la gratuidad. El
texto de hoy termina justamente así: “Somos
simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber.”
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