Los diez leprosos le gritan a Jesús, piden compasión, piden
sanación.
Ser leproso en aquel tiempo significaba la exclusión de la vida
social y religiosa. Marginación total, soledad, tristeza.
Los leprosos gritan, pero Lucas no nos dice que Jesús escucha, sino que Jesús los ve. Otra vez su subraya la visión de Jesús. Antes de oír sus gritos,
Jesús los había visto. El maestro es el hombre atento, despierto. Atento sobretodo
a situaciones de dolor y marginación.
Los diez leprosos quedan sanados y uno solo vuelve para agradecer.
La legislación judía mandaba que un leproso curado tenía que pasar
por el templo y por un ritual religioso para ser reintegrado en la familia y en
la sociedad.
Los nueve leprosos israelitas, fieles observantes, cumplen con el
rito y las reglas y se olvidan de los más humano y normal: ¡agradecer a quien
los había sanado!
¡El terrible peligro de la observancia religiosa y la absurda ceguera
que puede generar!
El samaritano, que nada sabía de reglas y ritos, es el único que
regresa y agradece. El único que entiende la gratuidad. ¡Maravilloso!
Y es justamente esa gratuidad la que sana y salva en plenitud: “levántate, vete; tu fe te ha salvado” le
asegura el maestro.
La observancia y el cumplir con reglas y ritos no nos regala la
plenitud. Más bien nos esclaviza fácilmente. Entramos en la dinámica perversa
del capitalismo espiritual y narcotizamos la conciencia: queremos y creemos que
la plenitud (la salvación) se pueda ganar o merecer y reducimos la belleza y
creatividad del amor a un estéril y superficial cumplir.
La gratitud en cambio nos conecta con la plenitud y la gratuidad
de manera inmediata. Porque en el fondo todo es gratis, todo es un don. La gratitud
nos hace ver y tocar lo que somos. Observar y cumplir cobra sentido solo y
únicamente después de la gratitud y como su expresión. Nunca tendríamos que
olvidarlo.
“La gratitud brota de la
gratuidad y es, junto con el Amor, uno de los sentimientos más terapéuticos o
sanadores”, nos recuerda Enrique Martínez.
Siempre hay motivos sobrantes para agradecer. Que no los veamos o no
sepamos verlos es otro asunto. Tal vez hay que aprender a ver mejor, como
Jesús.
Estando más atentos descubriremos Vida en los más insignificantes
detalles de nuestra cotidianidad.
Empieza a dar gracias, aunque no vea o ni sepas para que.
Simplemente agradece y los motivos aparecerán.
Es el milagro de la gratitud: la visión y la gratuidad.
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