“Era una
noche oscura y tormentosa”: así empiezan las famosas novelas de Snoopy en
las tiras de Charlie Brown. La terrible angustia de Lucía no le había hecho
perder el sentido del humor. Era sin duda una noche oscura y tormentosa y mientras
iba caminando rumbo a la casa de su amiga le vino a la mente la frase de
Snoopy. Entre lagrimas esbozó una sonrisa.
Le encantaba el profundo humor de Schulz.
- - “Siempre es un buen recurso haber dedicado un
tiempo al humor” pensó distraída, “en
la necesidad salta afuera”.
En el breve trayecto la noche oscura se convirtió
de repente en un torrente de agua. A veces parece que la vida se ensaña con uno
justo aprovechando de la debilidad. Lucía llegó empapada a la casa de Mónica.
Se secó rápidamente como pudo. En este momento no
era esencial.
El reloj del estar indicaba las 23.35. Julieta
hacía un buen rato que dormía.
Se sentaron en el living. La chimenea mostraba su
mejor fuego. En una esquina de la mesa de nogal lucía una flor amarilla. En el
medio una cajita de madera no muy grande, más bien pequeña diría.
- - “¿Cómo está Julieta?” preguntó Lucía.
- - “Me parece serena. Los niños aparentemente superan más fácilmente las pérdidas”
le respondió Mónica.
Había enviudado hace unos pocos meses y de manera
trágica y repentina. Un brutal accidente de transito se había llevado a su
joven esposo. Julieta acababa de cumplir 7 años.
- - “La vida es injusta” susurró Lucía
llorando mientras miraba la cajita con cierta curiosidad.
Quedaron en silencio un buen rato. Por fin Lucía levantó
la mirada. Miró a la flor y miró a Mónica.
- - “¿Te animas a abrir la cajita?” sugirió
Mónica. Sus palabras trasudaban ternura.
El ser humano no soporta la ternura en ningún
caso. La ternura siempre mueve, aunque sea al rechazo.
Sin decir nada Lucía agarró la cajita en sus manos.
Se había calmado un poco y su respiración se volvió más regular.
Se secó las lagrimas con el brazo izquierdo y se
sopló la nariz. Era zurda Lucía: zurda de nacimiento y zurda de corazón. No
encajaba en el mundo y se preguntaba a menudo como era posible que hubiera
gente que encajase en un mundo egoísta.
Era un gesto tan simple: abrir una cajita de
madera. No podía Lucía: en sus manos pesaba toneladas. Apoyó la cajita en la
falda. Llevaba puesto un vaquero ajustado y un sweater azul. Era bonita Lucía,
bonita y digna también en su dolor.
- - “¡Cómo saca a relucir belleza el dolor!”
pensó Mónica para sus adentros.
Lucía miraba el fuego y miraba a la flor. Sentadas
las dos amigas, sin apuro.
- “¿Qué apuro
hay cuando el dolor engendra belleza?” hubiera dicho Dostoievski.
La misma cajita no tenía apuro al parecer.
Eran casi la 1 de la madrugada. Desde la sombra
asomó la carita de Julieta.
Los truenos la habían despertada. Era una niña
valiente. No tenía miedo a la tormenta ni a la oscuridad. En el velorio del
padre había leído una poesía de Rilke escrita por su mamá detrás de un dibujo
en el cual Julieta había representado al papá como una grande águila. El poema
de Rilke decía:
“Y el estar
muerto es trabajoso,
y lleno de querencia, hasta que poco a
poco
se rastrea algo de eternidad. Pero los
vivos
cometen el error de distinguir demasiado
fuerte. Los ángeles (se dice) con
frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre
los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre
consigo todas
las edades a través de las dos zonas y
atruena sobre ambas.”
Entre la conmoción general Julieta había
depositado el dibujo y el poema arriba del cajón donde su padre yacía. Apenas
sabía leer con sus 7 añitos y ya intuía el secreto de la mismísima muerte.
Se apareció descalza, los piecitos perfectos.
Llevaba un pijama color crema salpicado por decenas de pequeñas ranas. Se sentó
en el sillón cerca de Lucía sin decir nada.
El silencio se podía palpar sensiblemente, roto
solo por el lamento del fuego.
Deslizó la cabecita y la apoyó delicadamente sobre
el hombro de Lucía. Fue tal la delicadeza que su madre tuvo que toser para
disimular el estremecimiento.
Los ojos de la niña reflejaban la luz del fuego.
Conocía la cajita Julieta. La conocía bien.
- - “¿Puedo abrirla?”, susurró.
Los latidos del corazón de Lucía aumentaron
rápidamente.
- - “Si Juli, por supuesto”.
Julieta agarró la cajita de la falda de Lucía. En
sus manos parecía de una liviandad insospechada.
Con solemnidad y con extrema facilidad abrió la
cajita. La abrió en su regazo, entre las ranas.
Lucía no quería mirar. Hasta que Julieta soltó la
risa.
- - “Está vacía, está vacía” dijo
resueltamente. “¡Yo lo sabía!”
Era su cajita. La cajita que su papá le había
regalado unos días antes del accidente.
Lucía intentaba comprender. Intuía que el momento
era sagrado.
Mónica intervino.
- - “Pongas todo tu dolor, tus preguntas, tus
dudas adentro de la cajita y ciérrala de nuevo”
Así lo hizo Lucía. Agarró la tapa de las manos de
Julieta y sin moverla de entre las ranas, la tapó. Pasaron unos minutos.
- - “Ahora ábrela tu” dijo sin titubear
Mónica.
Los ojitos de fuego de Julieta brillaban. Hasta
las ranas de su pijama parecían participar del momento.
Con dos dedos agarró la tapa y la depositó arriba
de la mesa. Miró a la flor amarilla, miró a Mónica. Miró la caja vacía.
Sonrió. Su corazón estaba recobrando la paz.
- - “La vida es como una cajita vacía, donde todo
puede entrar y salir. Solo la pureza la puede abrir”. Las palabras de
Mónica caían en el corazón de Lucía como gotas destiladas de su mejor licor de
naranja.
Empezaba a comprender que significaba amar.
Empezaba a penetrar en el misterio del amor.
Era ya muy tarde. Julieta se había quedado dormida
en el sillón. Era perfecta. Un concentrado de belleza.
La mente todavía algo inquieta de Lucía de detuvo
y se sorprendió al preguntarse:
- - “¿Habrá algo más hermoso en el universo?”
Mónica adivinó sus pensamientos y sonrió.
- “Lo
esencial es simplemente abrir”, le sugirió su corazón.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario