Hace pocos días un querido amigo y hermano de la
vida – esos regalos inesperados que desbordan nuestra capacidad de comprensión
– me planteó una cuestión a partir del pesebre que había armado en su casa.
El pesebre – pueden ver unas fotos – tiene
“personajes” un poco originales y extraños a los clásicos pesebres de nuestra
tradición cristiana.
Fijemos en estos extraños “personajes”: autitos de
colección Hot wheels y superhéroes.
La cuestión era: ¿tienen cabida estos extraños
personajes en el pesebre de Belén?
Más allá de los gustos personales, mi respuesta
fue positiva. Diría que casi entusiasta.
Explico el porqué.
La experiencia de fe que no pasa por nuestra carne
y nuestra sangre quedará siempre algo exterior que difícilmente transformará y
dará sentido a la vida.
La importancia de la tradición me parece hay que entenderla
de esa manera: el núcleo esencial de la experiencia de fe se mantiene
expresándose en la existencia concreta en el aquí y ahora.
Concretamente y referido a nuestro tema: no
podemos sacar del pesebre al niño Jesús, María y José. Ya no sería pesebre
cristiano. Podemos agregarle nuestra vida, nuestras inquietudes, nuestros
amores. Podemos y debemos agregarle nuestra existencia concreta, así como es en
el momento presente.
En segundo lugar me parece muy valioso poner todo delante del pesebre.
Poner todo delante del pesebre es presentar y
ofrecer toda nuestra vida a la debilidad de Dios.
El niño Dios es la revelación más sublime que lo
que salva es la debilidad, no la fuerza. La cruz lo confirmará. La debilidad
del amor se transforma en verdadera fuerza. No hay otra fuerza transformadora.
Entonces presentar todo, todo lo que somos y
tenemos, delante del pesebre es un acto de valentía, un acto de confianza, un
profundo “si” al Amor.
Podemos también presentar nuestros gustos más
superficiales, ¿porqué no?
Podemos presentar lo que nos hace reír y
descansar.
Podemos presentar nuestros hobbies, nuestra sana
diversión, nuestras amistades, ¿porqué no?
Delante del pesebre todo cobra sentido. Todo asume
su justo valor. También es posible que el pesebre nos revele algo que hay que
dejar.
Pero la valentía primera y el acto irrenunciable
es el ofrecimiento de lo que somos.
El simple reconocer y ofrecer va creando el
espacio justo para los cambios necesarios.
En cada casa cristiana sería aconsejable tener
siempre a la vista un pesebre: nos trae la Presencia de la vulnerabilidad del
Amor y nos invita a reconocer la nuestra y ofrecerla.
Además el pesebre expresa el característico aporte
cristiano a la humanidad: Dios se hizo y se hace carne. Entre humanidad y
divinidad no hay separación. Hay plena y perfecta unidad.
El pesebre expresa todo eso y nos invita a vivirlo
en el aquí y ahora de nuestras maravillosas existencias.
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