En estos
últimos días hemos vividos acontecimientos de muertes que tomaron y toman mucho
espacio en la prensa y en los comentarios entre vecinos.
Es paradójico
que por un lado la sociedad huye de la muerte y generalmente viva la muerte
como una tragedia y por el otro se le da tanta repercusión.
Murió Fidel
Castro: un hombre de 90 años. Normal.
Murieron
varios jugadores del equipo de futbol del Chapecoense en un accidente aéreo:
también bastante normal. Aunque cueste reconocerlo. Entre los miles de vuelos
diarios alrededor del mundo un accidente cada tanto entra en la normalidad: la
normalidad de la imperfección y los limites de nuestra condición humana. Entre
paréntesis las estadísticas sugieren que el avión es el medio de transporte más
seguro.
Todo esto
obviamente no quita el inmenso dolor y el deber de la responsabilidad para que
se puedan evitar los accidentes y el índice de riesgo baje siempre más.
Duele la muerte
y duele por los que quedan: parientes, amigos, hinchas en este caso. Los que
mueren en realidad vuelven a Casa, a disfrutar de la plenitud de la Vida y del
Amor. Despiertan a la Vida.
Entre Fidel y
las víctimas del accidente aéreo participo más hondamente del dolor de los
parientes y amigos de estas últimas. Gente joven, con proyectos y vida por
construir. Familias destrozadas y gente que quedó sola. Hay que recomenzar.
Fidel terminó
el normal peregrinar humano: no hay mucho que agregar.
Lo que no
comparto en los dos casos es idolatrar. Se idolatra y crean héroes, donde
simple y maravillosamente hay seres humanos. Con sus dones, sus aciertos, sus
errores, sus limites.
Nos encantan
a los seres humanos inventarnos héroes. Nos encanta idolatrar gente. El fútbol
justamente es una evidente y terrible muestra.
El pueblo de
Dios en el desierto cuando no esperaba más el regreso de Moisés se inventó un
ídolo: el becerro de oro.
Estamos en
otros tiempos y otros desiertos y seguimos construyendo ídolos y separando
gente.
Fidel – lo
constatamos claramente ahora – dividió el mundo en dos: o se ama o se odia. O
se idolatra o se rechaza en bloque.
Fanatismo de
los dos lados y actitud sumamente inmadura. Y el fanatismo, que casi siempre
deriva de una ideología, no nos hace ver bien. No creo en ideologías. Las
ideologías han creado más sufrimientos que consuelos, más muertes que paz, más
división que unidad. Por la ideas la humanidad ha matado, torturado, exiliado.
Creo en el
ser humano y en la realidad así como es y creo en el amor que solo puede
transformar.
Hicieron
héroes a simples seres humanos y jugadores de fútbol porque murieron en un
accidente aéreo: una falta de respeto.
¿Por qué
entonces no idolatrar y hacer héroes a todas las víctimas de los accidentes de
transito?
¿Y las víctimas de la interminable guerra de Siria?
No seamos hipócritas.
¿Acaso no vale igual la vida y la muerte del refugiado que se ahoga en el mar intentando escapar de la locura humana?
Lindo el
gesto del Atlético Nacional que propuso nombrar al Chapecoense campeón de la
suramericana. Comprensible pero dictado únicamente por la emotividad: las copas
se ganan en las canchas y punto. No es digno ganarla porque se murió. Falta de
respeto a la vida y a la muerte.
Nos creamos
ídolos y necesitamos héroes porque desconocemos nuestra esencia. Desconocemos
la plenitud que somos y ya que la anhelamos con todo nuestro ser, la
idealizamos afuera de nosotros.
¿Por qué no
nos alcanza simplemente ser?
Simplemente
ser, extraordinariamente ser. En la extraordinaria normalidad: se nace, se
vive, se ama, se sufre, se muere. Esta es Vida pura. No precisamos idolatrar ni
precisamos héroes.
Ser simples
seres humanos: este es el camino. Tan normal y tan sencillo que no lo vemos. Y
construimos ideologías y nos inventamos héroes para tapar nuestros miedos y
escaparle a la muerte.
No quiero ser
héroe, no es digno de la vocación humana.
Dejadme
simplemente ser. Porque solo el ser abre a la esencialidad y la plenitud.
Tenemos que
volver a amigarnos con la muerte, muerte que siempre anda a la vuelta de la
esquina: que te llames Fidel y seas viejo o que juegues al fútbol y seas joven.
Solo una sana
amistad con la muerte nos devolverá la sabiduría del vivir y la plena dignidad
humana.
El Amor no
necesita ídolos ni héroes. Necesita, simplemente, ser.
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