Ya estamos, casi sin darnos
cuenta, en el segundo domingo de Adviento. Sería bueno hacer una pausa en
nuestra rutina diaria para ir preparándonos interiormente al Gran Misterio
cristiano: la encarnación. La Navidad. Dios hecho hombre, hecho humanidad.
El texto de hoy propone a nuestra
reflexión la figura de Juan Bautista, el “precursor”. Juan prepara la venida
del Mesías y esta en el fondo es la vocación de cada cristiano: crear las
condiciones externas e internas para que cada ser humano que entra en contacto
con nosotros sienta la Presencia de Dios y se abra al Dios que está
aconteciendo justo ahora.
Quisiera subrayar dos aspectos
del texto de hoy.
En primer lugar el tono
amenazador del Bautista. Obviamente hay que ubicar la amenaza en el contexto
histórico y en la vida concreta del Bautista. Hoy en día no tiene cabida ni
sentido.
Comparto plenamente las palabras
de Enrique Martínez sobre el tema:
“La amenaza suele ser un arma que utiliza el poder para imponerse. Puede
nacer también como proyección de sentimientos escondidos de la persona que la
ejerce. No es extraño, por ejemplo, que personas religiosas amenacen en nombre
de Dios y que lo hagan, incluso, de buena fe, sin ser conscientes de que tal
amenaza es fruto de su proyección y que, a través de ella, sale fuera su propio
enfado, juicio o resentimiento. Por todo ello, parece adecuado afirmar que la
amenaza es hija del poder, de la ignorancia y de problemas personales no
resueltos”.
Aprovechemos este tiempo para
estar más atentos a lo que nos ocurre adentro: cuando nos sale algún juicio,
alguna condena, alguna amenaza (aunque no expresadas) el problema no es de los
demás, es nuestro.
El segundo aspecto lo saco de un
versículo de nuestro texto que me pareció sumamente interesante e iluminador.
“…no se contenten con decir: “Tenemos por
padre a Abraham”. Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer
surgir hijos de Abraham” (Mt 3, 9).
Es el gran riesgo de la tradición
y la exterioridad: perdemos en autenticidad. Perdiendo en autenticidad perdemos
la esencia.
Uno de los rasgos del Bautista es
justamente la autenticidad. La autenticidad como fidelidad a sí mismo y a su
conciencia. Las mismas fidelidad y autenticidad que le costaron la vida.
En esta sociedad globalizada,
consumista y superficial se está acabando una religión basada exclusivamente en
la tradición y la exterioridad de ritos y moral.
La crisis de la iglesia es la
crisis de una religión que perdió contacto con sus raíces, con la experiencia
viva.
Hay una manera sana y constructiva
de comprender y vivir la tradición; tradición que tanta importancia reviste en
la iglesia católica.
Esta manera sana, la única tal
vez, es la de entrar en la misma experiencia de los orígenes. Es el camino de
la espiritualidad: entrar con todo nuestro ser en la misma experiencia del
Maestro de Nazaret.
En la fe no podemos vivir de
renta. La Vida nunca vive de renta porque la vida se renueva cada día, cada
instante. Y esta Vida – Dios – no se deja embretar.
“Dios saca hijos de las piedras”: ¡maravilloso!
La Vida no se detiene frente a
nuestras posturas rígidas, exteriores y superficiales. En general las personas
que hoy en día se plantean un camino espiritual, buscan autenticidad y
experiencia viva. No se conforman con simples formas exteriores que
tranquilizan la conciencia. Este, sin duda, es uno de los grandes logros y
pasos de la humanidad. Desde ahí podemos comprender las distintas e infinitas
búsquedas de muchas personas. Si como iglesia no sabemos proponer hoy en día un
camino espiritual autentico y vivo nos iremos apagando cada vez más y Dios
engendrará vida por otro lado.
La Vida sigue generando
experiencia auténticas de Dios para quien está abierto y atento.
Estas actitudes nos pide al
Adviento: apertura y atención.
Apertura y atención que nos
llevarán de la mano a ser auténticos. Otra vez: probar para creer.
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