En este tiempo navideño los
acontecimientos de la vida me llevaron a leer la misma Navidad en términos de fracaso.
“Fracaso” en el sentido más
amplio: no solo como consecuencia de errores humanos sino también como vivencia
de todas las limitaciones y condicionamientos que nuestra humanidad supone. El
fracaso nos une como humanidad: ¿Quién en algún momento no experimentó el
fracaso?
Navidad
como fracaso: puede sonar medio extraño y medio fuerte,
sobre todo en nuestra cultura occidental que vive la Navidad en términos
comerciales y a la luz de poesía barata.
En realidad podemos considerar
toda la trayectoria humana de Jesús de Nazaret a la luz del fracaso.
Justamente desde el inicio: su
nacimiento que hoy celebramos.
Jesús nace como un refugiado, en
la pobreza, entre paja y animales. No hay lugar para sus padres en las posadas.
Fracaso.
Al poco tiempo ya es perseguido
por la olas de rabia del poderoso de turno. Con su familia tiene que huir. Fracaso.
Adolescente se queda en el Templo
y decepciona a sus padres. Fracaso.
Pasa los años de su juventud en
el anonimato total. Un simple trabajador como tantos de su tiempo y de su
tierra. Nada del éxito y la fama que nuestro mundo anhela. Fracaso.
Empieza a predicar por la
polvorosas y calurosas tierras de Palestina. Pocos le siguen y menos le
entienden. Fracaso.
A veces las multitudes lo
aclaman. Pero lo aclaman desvirtuando su mensaje. Y Jesús se retira. Solo. Fracaso.
Los poderosos y religiosos de su
pueblo que tendrían que tener más herramientas y sabiduría para recibir su
mensaje son los que más le rechazan. Fracaso.
En un momento dado sus mejores
amigos se quieren ir. Experimenta una profunda soledad. Fracaso.
Las autoridades políticas y
religiosas le persiguen injustamente. No logran ver que su presencia y cercanía
devuelve la vida y la alegría a la gente. Fracaso.
Es traicionado y dejado solo por
sus más íntimos amigos. Fracaso.
Es juzgado, condenado, torturado
por ser fiel a su conciencia y por hacer del amor el eje de su vida y su
mensaje. Fracaso.
Muere solo en el terrible
patíbulo de la cruz. En realidad está algo acompañado: dos delincuentes están
con él. Fracaso.
Hasta percibe el abandono de su
misma esencia, el “Padre” como él le llamaba. Fracaso.
Se puede leer así el recorrido
humano del Maestro. Como así se puede leer la vida de cada ser humano.
De fracaso en fracaso. El triunfo
y el éxito de este mundo que muy pocos experimentan no cambia el enfoque. Lo
que el mundo define como triunfo y éxito es en realidad el simple maquillaje
del fracaso. Las luces de los ricos, poderosos y famosos se apagan tristemente.
La superficialidad y la apariencia no pueden esconder por largo tiempo la
bendición del fracaso.
¿Qué
ocurre entonces? ¿Por qué el fracaso se convierte – o se puede convertir – en
bendición?
Porque el fracaso, y solo el
fracaso, revela el Misterio de la Vida: la gratuidad del amor.
Jesús lo sabía. Jesús lo había
descubierto, como todos los grandes espíritus que siguen inspirando caminos. Tenemos
numerosos testigos de la bendición del fracaso: Buda, Gandhi, Madre Teresa,
Martir Luther King, Charles de Foucauld…
Escondida bien adentro de la
experiencia del fracaso se esconde la perla preciosa, la perla fina, la perla
única: el amor.
El amor que da sentido al fracaso
mismo y lo transforma es belleza y plenitud.
Necesitamos del fracaso.
Necesitamos de su bendición.
Hay que aprender a fracasar para
descubrir el amor. Como decía Samuel Beckett: “Inténtalo de nuevo. Fracasa de nuevo. Fracasa mejor”. “Fracasa
mejor”: es decir dale sentido al fracaso, descubre la bendición del fracaso.
La experiencia del fracaso es
esencial. Nos enseña que el Amor no se logra. No se puede lograr porque es lo
que somos, es lo que eres. No se merece el amor, no se puede merecer. Se vive.
El fracaso nos revela que todo es
gratis, todo es un don, todo ya está salvado.
El fracaso nos revela que el
secreto de la vida y la felicidad se esconde en la debilidad, lo pequeño, lo
frágil, lo perdedor.
Ocurre entonces “el milagro de
los milagros”: el fracaso se transforma en verdadero éxito y plenitud en el
instante mismo que se acepta y se descubre que en su centro más íntimo se
encuentra el amor.
En ese preciso instante – solo en
este instante – la cruz se transforma en resurrección, el pesebre en autentica
poesía, la debilidad en fuerza, la tristeza en infinito gozo.
Solo en este instante. Ni un
segundo antes.
Por ese preciso instante la
historia fracasada del Maestro de Nazaret se transforma en perenne luz y el
niño de Belén en el Dios invencible.
Por ese preciso instante nuestras
vidas salpicadas de fracaso se transforman en las melodías más bellas y se oye
el único canto digno de escucha: “¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los
hombres amados por él!” (Lc 2, 14).
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