El texto de
hoy sigue presentando la figura y la obra de Juan el Bautista. Hoy Mateo hace
un paralelo con Jesús. La relación entre Juan y Jesús y sus respectivas
comunidades fue uno de los temas del cristianismo de los comienzos.
¿Qué rol tenía
Juan? ¿Qué rol Jesús? ¿Quién era más importante?
Desde nuestra
perspectiva cristiana la respuesta es obvia. No era tan obvia en los primeros
tiempos. Juan tenía sus seguidores y Jesús los suyos.
Por eso Mateo
intenta ordenar la cuestión y nos da unas pistas de compresión.
Subrayo la
esencial que nos viene justamente de la pregunta que Mateo pone en boca de Juan
en la cárcel: “¿Eres tú el que ha de
venir o tenemos que esperar a otro?”. En realidad Juan sabía bien quien era
Jesús: “el que viene detrás de mí es más
fuerte que yo… él lo bautizará con Espíritu Santo”. Mateo mismo lo había
escrito (3, 11).
En el fondo
es una pregunta retórica, más allá de la posibilidad que a Juan encarcelado
pudo sobrevenir algún tipo de duda respecto del mesianismo de Jesús.
Fundamental
es la respuesta de Jesús: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los
paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los
muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres” (Mt 11, 4-5).
Esta
respuesta, poco importa si son palabras de Jesús o de Mateo, nos da unas claves
interpretativas fundamentales para nuestra vida y nuestra fe.
El evangelio
interpreta el mesianismo de Jesús en clave de cuidado de la vida.
La genuinidad
y la validez de un camino espiritual se comprueban en la vida concreta, no en
la doctrina, los conceptos, las ideas.
El cuidado de
la vida, la liberación del sufrimiento y la dignidad humana expresan el mesianismo
de Jesús y cualquier auténtica espiritualidad.
Todo esto era
bastante claro en los primeros tiempos de la iglesia y del cristianismo. Con el
paso del tiempo – es un fenómeno típico de toda institución – el cristianismo
se fue cristalizando y esclerotizando en fórmulas, doctrinas y dogmas.
Desde ahí el
criterio de autenticidad del camino espiritual se centró más en la fidelidad
racional a la doctrina que en la bondad y el cuidado de la vida.
Ser cristiano
se convirtió en recitar el credo y asentir intelectualmente a una serie de fórmulas.
Obviamente
estoy hablando por líneas generales. Siempre se mantuvo un núcleo más auténtico
en algunas personas, grupos, lugar. La raíz profética siempre engendra nuevos
brotes.
Hoy en día
estamos llamados a volver con radicalidad y totalidad a este núcleo vivencial
de la fe. Sin perder obviamente nuestra rica tradición que también está hecha de doctrina y fórmulas. Pero tendríamos que
tener la conciencia clara que doctrinas y fórmulas cobran su sentido y valor
solo después del cuidado de la vida y como expresión de ese mismo cuidado.
El mismo
Mateo en su famoso relato llamado del “juicio final” (Mt 25) evidencia el eje
de una vida lograda: “tuve hambre y me
dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba enfermo y fueron a
visitarme”….
La plenitud
de la Vida se experimenta, desde ya, cuando cuidamos toda expresión de vida
desde el amor, más allá de doctrinas y creencias. Doctrinas y creencias
separan, el amor une.
La unidad fue
el eje de la vida de Jesús como subraya con fuerza el evangelio de Juan. El
cuidado de la vida es justamente lo que une y lo que nos une.
Todo ser
humano, más allá de su cultura, su religión, sus creencias, necesita que se
cuide su vida y que se cuida la vida.
En eso nos
encontramos: todos. Desde ese cuidado de la vida los cristianos podemos aportar
nuestro maravilloso matiz.
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