domingo, 18 de diciembre de 2016

Mateo 1, 18-24


En el cuarto domingo de Adviento celebramos la maternidad de María y el evangelio nos presenta el relato de la concepción de Jesús. Mateo no nos transmite el relato de la anunciación que es exclusivo de Lucas. 

Mateo está más interesado en dejar patente el origen divino del hijo de María. Nuestro evangelista está muy atento a la Escritura y a las profecías intentando dejar en evidencia que en Jesús se cumplen las promesas de Israel.

En el texto de hoy aplica a la concepción de Jesús la profecía de Isaías (7, 14).
Es importante saber que relatos de concepciones milagrosas o divinas están presente en todas las mitologías y tradiciones espirituales de la humanidad.

¿Qué significa todo eso?

El anhelo de divinidad del corazón humano acompaña la historia de la humanidad en todas sus expresiones. Este anhelo de lo divino es el anhelo del regreso a casa, el anhelo del regreso a lo Uno. Todas nuestra experiencias de dolor tienen que ver con la sensación de separación.
Como dice el místico persa Rumi: “el peregrinaje al lugar de los sabios consiste en encontrar cómo escapar de la llama de la separación”.
Ya este simple dato nos tendría que llenar de alegría y llevarnos a profundizar.
San Agustín ya se había dado cuenta de todo eso cuando dijo: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

El ser humano es un puñado de emociones en busca del Infinito. Anhelamos el amor, la vida, la plenitud. En términos religiosos podemos usar la palabra “Dios”.
La revelación cristiana viene a confirmar este anhelo de eternidad y lo confirma a través de uno de sus Misterios centrales: la encarnación, la Navidad.
Encarnación y Navidad que podemos resumir bíblicamente concentrando todo en una palabra que Mateo utiliza: Emmanuel. Dios-con-nosotros.

La revelación cristiana que nos es regalada por todo un proceso histórico que encuentra su culmen en Jesús de Nazaret se centra en eso: unidad. Entre divinidad y humanidad no hay separación y lo que nuestros sentidos perciben como separado es superado e integrado en el Amor.
La realidad primera y originaria es lo Uno y Único, el Amor increado desde el cual surgen las diferencias y hacia el cual vuelven. Esta intuición es común a todas las tradiciones espirituales y religiosas de la humanidad: ¿por qué no ahondar y encontrarnos en eso en lugar de crear conflictos por defender posturas y creencias que solo son secundarias?
Para los cristianos, entonces, Jesús se vuelve paradigma y símbolo de toda la humanidad y de cada ser humano en particular. Lo que Dios hizo con y a través de Jesús lo hace con y a través de cada uno.

En su originalidad y unicidad todo es manifestación de lo divino.
Cada uno es Emmanuel: reconocer eso es despertar y vivir desde ya a partir de lo Uno que nuestro corazón anhela. Uno que es Vida y Amor. Vida y Amor que somos y en los cuales vivimos y morimos.



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