En el cuarto domingo de Adviento celebramos la maternidad de María
y el evangelio nos presenta el relato de la concepción de Jesús. Mateo no nos
transmite el relato de la anunciación que es exclusivo de Lucas.
Mateo está más
interesado en dejar patente el origen divino del hijo de María. Nuestro
evangelista está muy atento a la Escritura y a las profecías intentando dejar
en evidencia que en Jesús se cumplen las promesas de Israel.
En el texto de hoy aplica a la concepción de Jesús la profecía de
Isaías (7, 14).
Es importante saber que relatos de concepciones milagrosas o
divinas están presente en todas las mitologías y tradiciones espirituales de la
humanidad.
¿Qué significa todo eso?
El anhelo de divinidad del corazón humano acompaña la historia de
la humanidad en todas sus expresiones. Este anhelo de lo divino es el anhelo
del regreso a casa, el anhelo del regreso a lo Uno. Todas nuestra experiencias
de dolor tienen que ver con la sensación de separación.
Como dice el místico persa Rumi: “el peregrinaje al lugar de los sabios consiste en
encontrar cómo escapar de la llama de la separación”.
Ya este simple dato nos tendría que llenar de alegría y llevarnos
a profundizar.
San Agustín ya se había dado cuenta de todo eso cuando dijo: “Nos
has hecho, Señor, para ti y nuestro
corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.
El ser humano es un puñado de emociones en
busca del Infinito. Anhelamos el amor, la vida, la plenitud. En términos
religiosos podemos usar la palabra “Dios”.
La revelación cristiana viene a confirmar
este anhelo de eternidad y lo confirma a través de uno de sus Misterios
centrales: la encarnación, la Navidad.
Encarnación y Navidad que podemos resumir
bíblicamente concentrando todo en una palabra que Mateo utiliza: Emmanuel.
Dios-con-nosotros.
La revelación cristiana que nos es
regalada por todo un proceso histórico que encuentra su culmen en Jesús de
Nazaret se centra en eso: unidad. Entre divinidad y humanidad no hay separación
y lo que nuestros sentidos perciben como separado es superado e integrado en el
Amor.
La realidad primera y originaria es lo Uno
y Único, el Amor increado desde el cual surgen las diferencias y hacia el cual
vuelven. Esta intuición es común a todas las tradiciones espirituales y
religiosas de la humanidad: ¿por qué no ahondar y encontrarnos en eso en lugar
de crear conflictos por defender posturas y creencias que solo son secundarias?
Para los cristianos, entonces, Jesús se
vuelve paradigma y símbolo de toda la humanidad y de cada ser humano en
particular. Lo que Dios hizo con y a través de Jesús lo hace con y a través de cada uno.
En su originalidad y unicidad todo es
manifestación de lo divino.
Cada uno es Emmanuel: reconocer eso es despertar y vivir desde ya a partir de
lo Uno que nuestro corazón anhela. Uno que es Vida y Amor. Vida y Amor que
somos y en los cuales vivimos y morimos.
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