"Demasiadas preguntas espantan la verdad"
Laurence Freeman
Preguntar es importante, lo sabemos. Sin preguntar no crecemos y no aprendemos.
Más difícil es hacer la pregunta justa al momento justo.
Más difícil aún es aprender a callar y escuchar.
"Demasiadas preguntas espantan la verdad" sugiere el monje benedictino Freeman.
Obviamente estamos hablando de la verdad existencial, la verdad de las cosas importantes de la vida, no de la verdad lógica, matemática o simple y llanamente intelectual.
Hablamos de la verdad de carne y hueso, la verdad de tu camino, la verdad que llena una vida. La verdad de tu sentir, de tu amar, de tu confianza. Es la verdad de una sonrisa, de una palabra, de un gesto.
Ese es el tipo de verdad que Jesús vino a traer y revelarnos.
A esa verdad tan real no le gustan muchas preguntas. Es una verdad humilde y retraída, una verdad que se esconde de los escenarios de la vida. Es la verdad de la levadura en la masa: poca, escondida, fértil.
La verdad que transforma una vida, mi vida, tu vida está empastada de escucha y silencio. Si se la acosa con miles de preguntas nunca contestará y huirá.
Tiene la timidez de la primera noche de amor, del niño entre desconocidos, de la visita inesperada.
Hay que sentarse a su lado con la paciencia del campesino.
Hay que escucharla como se escucha el sonido de una mansa lluvia de otoño.
Hay que tratarla con la delicadeza de la mariposa con su flor favorita.
Solo así la verdad se revelará y te llevará de la mano a descubrir sus tesoros.
No espantes la verdad con tus preguntas. Simplemente escucha el sonido de viento.
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