Hoy la iglesia celebra la fiesta de la
Trinidad. Estamos en el centro del Misterio central del cristianismo: la fe en
un único Dios en tres personas. Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Hablamos justamente de Misterio porque
supera nuestra capacidad racional de comprensión. A veces usamos la palabra
“Misterio” con superficialidad, cuando nos encontramos en dificultad y no
sabemos que decir. Es lo que le pasó y la pasa también hoy en día a muchos
teólogos y sacerdotes cuando intentan explicar la Trinidad: ya que no saben que decir hablan de
“Misterio”. En realidad la categoría de Misterio es mucho más rica y bella que
un simple escaparse de nuestra incapacidad de comprensión y explicación.
Misterio tiene que ver con la confianza,
el silencio, la entrega, el nucleo de la vida misma. El Misterio no se entiende racionalmente, al Misterio se nos entrega.
¿Qué nos dice hoy la fiesta de la
Trinidad?
El dogma cristiano de la Trinidad surge
en el siglo IV a partir del encuentro de la fe cristiana con las categorías
filosóficas griegas. A partir de ahí se dijo y se escribió muchísimo. Filósofos
y teólogos han intentado a lo largo de la historia abrir un espacio de luz
sobre El Misterio.
En realidad todo lo que podemos decir
sobre lo que llamamos “Dios” y también sobre lo que llamamos “Trinidad” es un
decir humano y, por ende, histórico y limitado. Absolutizar lo que intentamos
decir sobre Dios es muy poco sabio y también peligroso.
Cuando hablamos de la Trinidad afirmando
un único Dios en tres personas distintas e iguales estamos afirmando algo a
partir de categorías y conceptos humanos, fruto de nuestras mentes limitadas.
El concepto mismo de “persona” es un concepto humano limitado que viene de la
cultura griega antigua y no podemos
aplicarlo a lo divino (lo Absoluto) sin más.
Reconocer esto nos hace más humildes y
más abiertos al Misterio.
El mismo Jesús no habló de la Trinidad,
no tenía las categorías filosóficas griegas para hablar de ella. Jesús
compartió su experiencia de Dios a partir de su cultura judía.
Por eso que la actitud más correcta y
fructífera frente al Misterio es el silencio. El silencio profundo y radical de
nuestro ser nos ubica en el centro del Misterio, donde las palabras surgen
humildes y por gotas.
Tal vez lo único que podemos decir del
Misterio de la Trinidad sin traicionarlo demasiado es que la Realidad (lo
Absoluto) es Relación.
Todo lo que existe, vivimos, pensamos,
anhelamos está en relación y es Relación.
Si callamos nos daremos cuenta de esto.
El silencio nos revelará el Misterio que no se puede decir.
Sólo existe la Relación que se manifiesta
y expresa en todo. Dicho de otra manera: solo existe Dios que se relaciona
consigo mismo a través de todo lo existente, visible e invisible.
Por eso que lo único que se nos pide es
vivir y construir relaciones.
Por eso la Relación tiene otro nombre, un
nombre que nos encanta. Un nombre por el cual sufrimos, buscamos, gozamos.
Un nombre que expresa una realidad. Un
nombre que lo dice todo. Un nombre que dice Dios y humanidad a la vez. Un
nombre que dice lo que somos y lo que es: Amor.
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