viernes, 20 de mayo de 2016

Plenitud cotidiana




“En cierta ocasión se le preguntó a Bâyazîd Bistâmî cuál era el signo más notable del verdadero conocedor de los secretos divinos, y esto fue lo que contestó: «Es que lo veas comiendo y bebiendo en tu compañía, bromear contigo, venderte o comprarte algo, mientras que su corazón está en el reino de la santidad divina. Ese es el signo más prodigioso».”

Halil Bárcena


El experto en mística islámica – Halil Bárcena – nos regala un perla para comenzar nuestro día.
Los cristianos, a lo largo de la historia, nos hemos alejado de la vida real y cotidiana. Hasta hicimos de la santidad un llamado para gente extraordinaria y construimos un ideal de santidad alejado de lo humano. Llegamos al absurdo que parecía que para ser santos teníamos que rechazar o poner en segundo plano nuestra humanidad.
Las biografías de los santos – a menudo retocadas para justamente alejarlas de lo normal y cotidiano – se parecían a cuentos de superhéroes.
Nada de todo esto: “¡gracias a Dios!” me saldría espontaneo decir.
Cada vez más vamos comprendiendo justamente lo opuesto: extraña paradoja.
Vamos comprendiendo que ser santos es ser humanos. Plenamente humanos. Nuestra humanidad es camino a la santidad, a la plenitud. Ya los hemos subrayado varias veces: entre humanidad y divinidad no hay separación. Es la misma realidad expresada en dos maneras distintas. Esto significa el Misterio de la encarnación y esto expresan todos los místicos de todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad. ¿Será central, no?
Si lees esto tu humanidad ya te ha sido regalada y con ella la plenitud. Hay que tomar conciencia de todo esto y desarrollarlo.
¿Cómo se desarrolla esta humanidad y esta plenitud que ya somos? Nueva paradoja.
Simplemente viviendo. Viviendo con atención cada momento, cada situación.
La plenitud late escondida en cada instante. Dale luz, dale consistencia, dale vida.
Tu diario vivir con todo lo que conlleva tiene escondida la plenitud que ya eres. Vives desde ahí. No busques lo extraordinario. No busques ser diferentes, especial, único. Son trampas de nuestro ego, de nuestra mente. Son engaños de una falsa espiritualidad. Todo lo que te aleja de lo humano y sencillo es falso y peligroso.
Ya eres único. Ya eres especial. Eres manifestación única de lo divino: en tu vida sencilla de todos los días. Increíblemente bello, maravillosamente simple: solo Dios hubiera podido inventar algo así.
Reír con tus amigos, comer juntos, trabajar con alegría, besar a quien amas, jugar con tus hijos, dormir sereno, ir de compras, ordenar la casa: vividos con atención expresan la plenitud y la santidad que ya eres. Disfruta tu ser. Disfruta el amor. Y vives agradecido.



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