Hoy la iglesia celebra la fiesta del
Cuerpo y Sangre de Cristo. Cuerpo y Sangre que celebramos y comulgamos cada vez
que se celebra la Eucaristía.
En la Eucaristía, Misterio central del
culto cristiano, se nos ofrecen el Cuerpo y la Sangre de Cristo en un poco de
pan y un poco de vino. Se nos ofrece la vida entregada de Jesús, se nos ofrece
el amor, una y otra vez.
Por eso la palabra, la sola palabra
correcta para hablar de eso: Eucaristía,
“agradecimiento”.
Solo nos queda agradecer y hacer de
nuestra vida un canto agradecido.
La Eucaristía es algo grande, universal,
total. Hemos reducido la Eucaristía a un rito, a puro culto, a gestos
exteriores, a palabras vacías. Por eso también la crisis de la participación a
la Misa.
Hay que devolver la Eucaristía a lo que
realmente es: vida plena, vida de Dios, amor entregado y compartido, alegría y
fiesta.
Justamente la iglesia en esta fiesta nos
propone uno de los relatos de la multiplicación de los panes. Jesús se preocupa
por la vida, por la dignidad, por la plenitud del ser humano. Jesús ofrece
vida, no ofrece ritos. Jesús ofrece alegría, no un culto estéril. Jesús regala
abundancia, no canastas vacías.
El pan y el vino que Jesús tomó en sus
manos simbolizan el Universo entero, toda la realidad, nuestra realidad. Jesús
supo concentrar todo lo que hizo y todo lo que es (la realidad) en un
pedazo de pan y un trago de vino. Como en su muerte y resurrección se concentró
todo, así se concentra en la Eucaristía.
En la capacidad de concentrar está la grandeza y la sabiduría: centrar todo en un
punto. El amor centra y concentra: Jesús así lo vivió y así lo
transmitió. El gran problema de nuestro mundo es justamente la dispersión: no
se tiene un centro y se sobrevive sin rumbo, zarandeados por cualquier viento.
Entonces vivir la Eucaristía es muchísimo
más que participar en un rito; mucho más que cumplir con una obligación moral
y/o espiritual. Mucho más que un intimismo con Jesús que puede llegar a ser
enfermizo.
Vivir la Eucaristía es aprender a
concentrar nuestra vida, a tener un centro, a vivir cada realidad cotidiana
desde un Centro y hacia un Centro.
Vivir la Eucaristía es darse cuenta que
todo es Cuerpo de Cristo y que todo este Cuerpo se concentra aquí y ahora en un
pedacito frágil y desabrido de pan.
Para vivir y comprender eso hay que
sentarse. Si, hay que sentarse. Como hizo la gente siguiendo la indicaciones
que Jesús transmitió a sus discípulos: “Háganlos
sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas. Y ellos hicieron sentar a
todos.”
Sentarse: silencio, quietud, contemplación.
No podemos centrarnos y concentrarnos en el ruido y el
movimiento. No podemos comprender la gratuidad desde nuestras ansias, deseos,
proyectos.
Sentarse es volver al Centro. Y desde el
Centro concentrarnos y concentrar la realidad.
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