Navidad: otra vez. Otro año celebrando el acontecimiento que para los cristianos cambió la historia.
Otro 25 de diciembre. Otra vez regalos, luces, cenas, fiestas... si sobra tiempo el mundo se recordará también del niño de Belén.
¿Cómo salir de la apestosa rutina que envenena la vida?
¿Cómo lograr que esta Navidad sea única, como único es cada momento de nuestra vida?
Quisiéramos recetas mágicas, pero no hay. No existen recetas mágicas en el camino espiritual y en la vivencia del amor.
Todo pasa por lo cotidiano, por nuestra humanidad, por una plena normalidad.
El niño de Belén es un niño normal, más normal de lo que pensamos. Dios es mucho más normal de lo que acostumbramos pensar.
Este es el mensaje revolucionario y único de la Navidad.
No busques recetas mágicas a tus problemas, tus angustias, tus deseos de plenitud, de amor, de paz.
Más contundente aún: no busques más.
El niño nació. Dios se hizo hombre: una vez para siempre y a cada instante otra vez.
Dios continua haciendose carne en nuestra humanidad: esto significa cuando profesamos que Jesús de Nazaret es el Cristo. En Cristo humanidad y divinidad son una cosa sola: desde siempre y para siempre.
Dios actua encarnandose en nuestra humanidad y nuestra historia.
La humanidad y todo lo humano entonces son la única y más hermosa receta que tenemos.
No podemos saltearnos lo humano para estallar en el éxtasis mística del Amor.
No podemos gozar de la divinidad sin tomar en brazos el niño y besarlo entre lágrimas y deseos.
No hay atajo: tu humanidad es el camino a Dios.
Y tu humanidad significa también la humanidad del otro, del hermano. Y significa también la creación y todo lo que vive, existe, respira. Ahí mismo Dios se está humildemente y ocultamente encarnando: ahora.
¿Cómo lograr que esta Navidad sea única, como único es cada momento de nuestra vida?
Simple, hermoso, divino: enamorate de la humanidad y descubres que en esa misma y concreta humanidad Dios se esconde, se manifiesta, se expresa.
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