La iglesia celebra hoy la fiesta de la familia de Nazaret y nos propone el evangelio donde Lucas nos relata algo muy particular: Jesús se pierde en el Templo. Así, por lo menos, se conoce y se cita este texto.
En realidad Jesús no se pierde para nada. Los que lo pierden son sus padres. Jesús no se pierde porque él está siempre en casa: su casa es el Padre, más allá de un lugar físico y un espacio concreto.
Jesús está sereno y en paz, conversando con los doctores de la ley: la serenidad de quién - justamente - se siente en casa. Jesús se siente en casa también con la Escritura, con la Palabra de Dios. Es interesante y emocionante ver como Jesús adolescente se maneja con soltura en los vericuetos de la Palabra y puede dialogar con quienes, sin dudas, tenían muchos más años de estudio.
¿De donde saca Jesús esta sabiduría y esta serenidad?
Es importante preguntárselo, me parece.
Sin duda todo esto le viene de su experiencia directa del Padre, de su relación profunda con Dios.
Jesús puede hablar con soltura y autoridad porque ha visto.
Ha visto el Padre, lo ve. Tiene experiencia directa, personal, única, inmediata. Seguramente su visión del Padre irá creciendo, como nos sugiere el último hermoso versículo. Jesús, hombre pleno, va creciendo en su experiencia de Dios. Como vos, como yo, como todos.
No podemos vivir de renta en la relación con Dios, porque Dios es siempre nuevo y nunca acaba su conocimiento: tan infinito es el Amor.
María y José están perdidos. Pierden a Jesús porque ellos están perdidos. Están perdidos porque no comprenden a Jesús y no comprenden a Dios: todavía tienen que crecer en la experiencia directa de Dios, en la visión. Todavía ellos "no están en las cosas del Padre" como Jesús. Al final Lucas nos sugiere que María va comprendiendo, porque da tiempo para comprender: "conservaba estas cosas en su corazón".
Resumiendo podemos vislumbrar pistas importantes para nuestro caminar:
1) ¡Siempre estamos en Casa! Siempre vivimos en Dios, en el Amor. Esto nos llena de serenidad y paz.
2) Para vivir concretamente en Casa y sentir que estamos en Casa es esencial crecer en la experiencia directa de Dios, en la visión. Aprender a descubrir a Dios en todo, aprender a verlo, tocarlo, sentirlo.
3) Para crecer en la experiencia directa y en la visión tenemos que darnos el tiempo. Tiempo concreto de silencio y meditación, como María.
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