domingo, 13 de marzo de 2016

Juan 8, 1-11




El texto de hoy, muy conocido, no es original de Juan. Es un texto tardío que se incorporó más tarde. Los estudiosos lo atribuyen, por el estilo y el lenguaje, al entorno del evangelista Lucas. 

De todas formas la iglesia lo considera inspirado y entró a formar parte del evangelio de Juan.

El texto contrapone la actitud de los escribas y fariseos a la actitud de Jesús. 
Los escribas y fariseos siguiendo la mentalidad de la época son esclavos del machismo: el adulterio es un hecho de a dos. ¿Por qué solo se condena a la mujer? 
También denotan una actitud hipócrita: condenan el pecado de los demás sin darse cuenta del propio.
La actitud hipócrita es, tal vez, la actitud que Jesús más rechaza y cuestiona. 
La hipocresía, en general, afecta a los que tienen cierta autoridad y ciertos privilegios, especialmente en ámbito religioso. 
Se cree que por tener autoridad se posea también la verdad y el derecho de condenar a los demás. Hoy en día puede pasar y sigue pasando, lamentablemente, en algunos casos. Y lo peor es que, ayer como hoy, se "usa" a Dios como respaldo para todo eso.

Jesús cuestiona todas estas actitudes y las condenas con su estilo original, fuerte y delicado a la vez. Escribe en el suelo con el dedo: entrar en la polémica no sirve. Discutir sobre la luz con quien está ciego es inútil: ¡más interesante es escribir en el suelo!

Cuando la mujer queda sola Jesús le revela la única luz que nos devuelve a nosotros mismos y a nuestra identidad: el perdón. 
Hay cosas que solo se iluminan en la intimidad.
Experimentar el perdón, una y otra vez, es experimentar nuestra identidad más profunda: amor continuamente regalado y engendrado. 
Por eso el perdón nos hace nuevos y renueva todas las cosas.

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