El evangelio que hoy la liturgia nos propone llega justo cuando se abre el Sínodo de los obispos sobre la familia.
Los temas del divorcio, de la comunión a los divorciados, de las uniones de facto y de las uniones de personas del mismo sexo serán sin dudas temas centrales.
Pedimos al Espíritu apertura de mente y corazón.
Como siempre es necesario leer el evangelio con atención y no quedarse atascados en interpretaciones superficiales y morales que casi nunca dan en el blanco. Las interpretaciones morales y dogmáticas solo reflejan nuestros miedos e inseguridades.
Además hay que situar el evangelio en su cultura y en la mentalidad y propósito del evangelista. No último es importante leerlo con una conciencia actual e iluminada: asunto no siempre fácil.
Todo esto para que el evangelio sea Palabra de Dios para nosotros hoy; Palabra que transforma y comunica vida y alegría.
El texto de hoy me parece que nos puede brindar dos criterios claves para crecer en comprensión y sabiduría.
1) Dios solo desea nuestra plenitud y felicidad. Esta plenitud está en descubrir nuestra esencia que justamente radica en el amor. Todo lo que Jesús nos propone es para nuestro bien. El "aguante" por si solo no construye y no viene de Dios. Es probable que viene de nuestro ego y orgullo mal disimulados y a veces también de patologías.
2) Amar es un aprendizaje. Es el aprendizaje clave de la vida. No se nace sabiendo amar. La maravillosa aventura de la vida es la aventura del aprendizaje del Amor. Y, cualquier aprendizaje humano, se da a través de equivocaciones y fracasos. Aprender es fracasar en cierto sentido. La clave está en vivir las equivocaciones y los fracasos como aprendizaje, para crecer en el conocimiento de nuestra identidad: Amor. Y, desde ahí, crecer en entrega.
El aprendizaje también tiene otras dos características: se da en el tiempo y es sumamente personal. Los principios absolutos, para todos y para siempre, no son humanos y por eso tampoco divinos.
El aprendizaje también tiene otras dos características: se da en el tiempo y es sumamente personal. Los principios absolutos, para todos y para siempre, no son humanos y por eso tampoco divinos.
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