El evangelio de hoy nos presenta una de las grandes tentaciones del ser humano, tal vez la más grande: el poder.
La tentación de poder es algo tan fuerte en el corazón humano que muy pocos logran escaparse.
Lo tenemos muy evidente en muchos ámbitos: politico, social, eclesial.
Parece absurdo que hasta en la Iglesia, cuya misión es la misma de Jesús - el servicio - se persiga el poder.
Muchas veces también la tentación de poder se disfraza y se esconde en realidades más comunes y cotidianas; son las "pequeñas chacritas" de poder que cada uno se construye: en casa, en el trabajo, etcétera...
¿Por qué es tan radicada esta tentación de poder?
Tiene que ver sin duda con la búsqueda de seguridad y libertad, búsqueda obviamente de nuestro yo superficial (nuestro ego) que no sabe lo que somos en realidad, no conoce nuestra maravillosa identidad.
Seguridad y libertad parecen calmar la búsqueda del ego: en realidad son ilusorias y por eso quien tiene poder quiere siempre más y la supuesta libertad se convierte en tiranía.
La historia enseña ampliamente.
El camino está - como siempre - en volver a nuestro centro, a nuestra raíz. Centro donde nos descubrimos amados, completos, plenos. Desde ahí no necesitamos poder, sino simplemente vivimos una de las expresiones más concretas del amor: el servicio.
Como Jesús, que dijo de sí mismo: "el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir".
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