En un colegio de Montevideo una catequista hablaba de la presencia de Jesús en todo lo que hacemos y vivimos y una niña de 7 años exclamó:
“A mi me encanta el chocolate, entonces a Jesús también, y cuando lo como él baja de mi corazón hasta mi panza para saborearlo conmigo…”
Sin exagerar, lo que la niña expresó es su sencillez, es una experiencia mística: experiencia no racionalizada y filtrata por la mente limitada.
Los niños están más abiertos a la experiencia contemplativa porque logran con más facilidad ir más allá de la mente y confiar más en su intuición. Confían más en lo que son y sienten que en sus pensamientos.
Esto es lo que los adultos hemos perdido y el camino espiritual nos invita a redescubrir.
A eso se refería Jesús cuando invitaba a sus discípulos a ser como niños. No apuntaba, como a veces se interpretó, a la pureza, sencillez e inocencia de los niños. Valores sin dudas presentes e importantes. Pero la mirada de Jesús es siempre más profunda de lo que suponemos. Invitándonos a ser como niños Jesús nos invita a ser contemplativos y místicos, es decir, a vivir la experiencia directa e inmediata de Dios, sin la mediación de nuestra mente. Mediación que en todos casos es limitación y muchas veces traición.
La mente separa, la intuición contemplativa une.
Esta niña experimentó que entra ella, Jesús y el chocolate en el fondo no hay separación: son uno. Esta es la experiencia mística. Dios experimenta las cosas a través de mí y yo a través de Él.
¡Qué maravilla!
Sin duda a Jesús le gusta el chocolate.
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